El camino hacia el verano está más cerca: todo lo que se podrá hacer cuando acabe la cuarentena


Esta cuarentena, los cuidados son más necesario que nunca
¿Qué quieres hacer tú cuando acabe la cuarentena?
Todas las conversaciones que tienen lugar durante la cuarentena buscan recordarnos que esto se acabará. “Solo es un domingo largo”, bromea una amiga por Skype, mientras espera noticias de la residencia donde viven sus abuelos, ahora aislados ante un posible contagio. “Mucho ánimo en el hospital hoy, chiqui”, escribimos por la mañana a otra, que se graduó en enfermería el año pasado y alterna estos días entre una residencia de ancianos y un hospital.
Mientras, en el grupo de WhatsApp de mi familia, dos primos se prometen celebrar sus cumpleaños juntos, en cuanto acabe la cuarentena. Se escriben a la hora de comer, mientras el telediario abre su edición de las tres con imágenes del Palacio de Hielo reconvertido en una enorme morgue. Recuerdo que uno de ellos celebró varios cumpleaños en esa pista de patinaje.
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El centro comercial con una pista de hielo a la que iba cientos de niños se acaba de convertir en una morgue por la cantidad de muertos. Es muy triste esto.https://t.co/2EYCOIAtfl querido Perú: reacciona , apóyense y obedezcan la cuarentena.
— ana trelles (@anatrelles) 23 de marzo de 2020
Desde una de tantas ventanas que estos días se abren en el sur de Madrid, veo cómo la ciudad en la que he crecido se va reconfigurando. A un lado el cementerio sur, con miles de cruces coronando las sepulturas. Al otro, el hospital 12 de octubre, donde amigos, familia y otros rostros anónimos se dejan las horas hasta que no pueden más. Entre ambos puntos, todo son sirenas de ambulancia. Las veo pasar desde mi escritorio, con la frustración de saber que no estamos en pausa y que lo que pase estos días dentro de casa afectará a nuestra manera de salir a la calle. No habrá una vuelta “a la normalidad”: los sitios no significarán lo mismo, no todas nuestras relaciones tendrán el mismo peso que antes y tendremos que reconstruir todo lo que haya sido arrasado. Para entonces, ya casi será verano.
Pienso en las heriditas que nos aparecen estos días en la piel y en cómo ayudar a los que tienen que pasar por ellas solas: hasta cinco millones de personas están pasando esta cuarentena sin compañía en España, según Efe. No sé qué podemos hacer los que estamos en casa más que seguir cuidándonos: llamar a los que viven solos, consolar a los que lo necesiten, tomar distancia cuando nos sintamos sobrepasados. Poner en valor elementos tan privados como la ternura, el cariño o el cuidado y hacerlos públicos, compartidos.

Por eso, quiero compartir con vosotros una de tantas conversaciones que tienen lugar estos días entre pantallas y ondas, mientras todos duermen. Una charla cómoda con un grupo de amigas, que me hizo sentir mucho más querida y acogida. Estos días no pedimos más que equilibrio y fotos de gatitos.
Desde que nos graduamos en el instituto, mis amigas “del cole” y yo nos hemos distanciado y hemos vuelto decenas de veces: por los estudios, por nuevos amigos, por parejas… las experiencias se acumulan y, en ocasiones, no son compartidas con la gente que te ha visto crecer. Sin embargo, nosotras hemos conseguido mantener el contacto y el cariño, y siempre nos alegra saber que podemos contar con las otras en los momentos más críticos.
Nos conectamos por Skype después de diez días de conversaciones un poco vacías por WhatsApp (una pregunta qué tal, otra responde que bien, el resto no dicen nada y se zanja la conversación). Aparecemos en las pantallas de las otras: una cuenta que la han echado del trabajo y que echa mucho de menos a su novio, otra que está preparando el TFG y siente que le comen las paredes de su casa, una tercera reconoce “no estar haciendo nada” y disfrutando mucho.
Preguntamos por los familiares, los enfermos y los fallecidos con urgencia, como si tratásemos de averiguar en un minuto todo lo que nos perdemos por no convivir. Todas estamos en Madrid, la comunidad más afectada por el coronavirus, y lo tenemos muy presente a la hora de hablar del tema. Casi nos definimos por el sitio en el que estamos pasando la cuarentena, como si el gentilicio del que hemos renegado tanto (siempre nos hemos identificado con los barrios en los que crecimos, no con la ciudad) cobrase por fin sentido para nosotras.
Preguntamos por los familiares, los enfermos y los fallecidos con urgencia, como si tratásemos de averiguar en un minuto todo lo que nos perdemos por no convivir
La verdad es que los primeros veinte minutos de conversación son muy tristes, casi como una repetición del telediario matinal: “Hay equis número de fallecidos y tantos contagiados, no quedan equipos de protección en los hospitales”, recita una de nosotras. El resto miramos con pena y callamos: nadie quiere seguir hablando del tema que copa y condiciona toda nuestra vida. Durante unos segundos nadie dice nada, hasta que una de ellas salta de su cama, sale de la pantalla y vuelve con una foto en la que aparecemos todas hace seis años, en nuestro primer viaje solas. Yo llevaba un flequillo horrible y un jersey que me encantaba y perdí poco después. Estamos en un mirador, abrazadas y un poco ridículas. Sonreímos mucho.

Empezamos a hablar de ese viaje, nuestra primera salida sin padres ni profes, y de cómo estuvimos dando hablando de ello durante meses. Entramos en uno de esos bucles nostálgicos y excluyentes para todos los que no tuvieron la suerte de vivir ese momento, hasta que una de nosotras decide cerrar la conversación con un “si pudierais repetir, ¿a dónde querríais que nos fuéramos?”, a lo que otra responde que no tenía dinero para viajar y que prefería pensar en objetivos a corto plazo. Por ejemplo, en qué haría en cuanto terminase la cuarentena.
A la pregunta le sucedieron muchísimas ideas, entre ellas: “abrazar a mis abuelos y hacerles la comida un domingo”, “salir a pasear con mi chico”, “quedar todas en un parque y hablar tumbadas en la hierba”, “tomarnos unas cervezas en la terraza de ese bar al que fuimos una vez pero que luego nunca encontramos de nuevo”, “ir al teatro”, “salir de fiesta y quedarnos hasta por la mañana, que luego siempre os rajáis”, “andar de noche por el centro”, “ir a hacer senderismo a la montaña”, "ir al Rastro, que tengo que comprar pendientes", “fumar en la puerta de un bar, pero que no nos pase como la Nochevieja pasada”, “coger las entradas para el Sonorama, que esta edición tiene muy buena pinta” (a lo que otra responde “no hay dinero”, por lo que el plan se queda en “ir a verbenas este verano”) o “comer todas juntas y celebrarlo”, entre otras muchas que se perdieron entre la lanzadera de ideas y mi mala memoria.
Es una conversación bonita, y al acabar me siento muy arropada. Pienso en los meses que vienen y los planes que me apetece hacer fuera, con el sol, con la gente que quiero. Mientras tanto, habrá que encontrar la forma de defender las relaciones, cuidar de los aislados y desinfectar las heridas: de allanar, poco a poco, el camino hacia el verano.