Los mejores villanos de Disney y su evolución: de brujas y hechiceros a secuestradoras y genocidas

Los villanos son más fascinantes que los héroes: representan lo que no está permitido, eso de lo que no se puede hablar
La evolución de los antagonistas de Disney ilustran las inquietudes narrativas, artísticas y hasta sociales de cada época, con personajes cada vez más dimensionales, matizados y reflexivos.
¿Y si los villanos de Disney, que hoy recordamos tan viles y despreciables, estuvieran inspirados en personas reales, en sus vivencias más dolorosas y sus sentimientos más oscuros? El documental 'Howard', disponible en Disney+, está centrado en la figura de Howard Ashman, letrista y genio de las bandas sonoras más aplaudidas de la compañía, un hombre gay que murió en 1991 víctima del sida. Y cuenta cosas interesantísimas, como que las canciones 'Pobres almas en desgracia', cantada por Úrsula en 'La sirenita', 'Que muera ya', de los aldeanos vengativos de 'La bella y la bestia', y la versión de 'Príncipe Alí' cantada por Jafar, en 'Aladdin', están basadas en las experiencias del creador a causa de la homofobia, en su vergüenza interiorizada por pertenecer a un colectivo odiado y perseguido, y en lo que creía la pérdida de su condición humana en los últimos envites de la enfermedad.

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Son detalles de la intrahistoria de Disney que dan sentido a esa expresión que dice que, en la ficción, los villanos son más fascinantes que los héroes, porque se les está permitido tener más matices y dimensiones, porque representan todo eso de lo que no se puede hablar, porque encarnan emociones grises de las que (se supone que) deberíamos avergonzarnos. Por eso tienen una presencia tan contundente en nuestro imaginario popular, porque hay mucho de ellos en nosotros…
Primera etapa: Walt Disney, la Reina malvada y Maléfica
Disney acertó ya desde el comienzo. Si trazamos una línea evolutiva de los malísimos de la casa de Mickey Mouse, en la primera etapa sobresalen ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (1937) y ‘La bella durmiente’ (1959), no solo por su contribución artística sino por lo que nos interesan: las villanas. Se trata de la época dorada de Walt Disney como ideador e impulsor de las producciones animadas, y si consideramos que muchas eran adaptaciones de cuentos populares, es lógico que los antagonistas pertenecieran a arquetipos como brujas o hechiceros, retratados en una escala de colores que solo contemplaba el blanco y el negro. Así nacieron la Reina malvada y Maléfica, que hoy siguen siendo dos de los personajes favoritos de los espectadores, de todos los creados por la productora.
Y poco podemos decirte de ellas que no sepas ya. La Reina malvada y Maléfica son muy malas. Apenas conocemos nada de su biografía, pero no importa su composición psicológica, sino que interpretan lo contrario que sus heroínas, que son la amenaza que estas deben encarar, y que la fuente de su poder es la magia oscura. Tiene mucho sentido que décadas después se produjeran películas como ‘Maléfica’ (2014), inspirada en lo que hizo el escritor Gregory Maguire con la Bruja del Oeste de ‘El mago de Oz en Wicked’ (1995): proponer una revisión en la que fueran estas mujeres quienes contaran su propia historia, y no los hombres, como ha sucedido siempre.

Pero en la era Walt Disney hubo algunas excepciones en este retrato de los villanos que marcarían el imaginario posterior, y que podemos resumir en varios fenómenos: los malos mundanos, personas que podrías encontrarte en la calle, pero con deseos muy cuestionables a los que dejan actuar (como la codicia); y los malos que son también alivio cómico, que se dejan a sí mismos en ridículo una y otra vez.
Pensemos en el ‘Cochero de Pinocho’ (1940), que todavía hoy es uno de los largometrajes animados más extravagantes y aclamados del gigante audiovisual, en la Madrastra de ‘Cenicienta’ (1950), en Garfio, de ‘Peter Pan’ (1953), o en la mismísima Cruella de Vil, de ‘101 dálmatas’ (1961).
La era del whodunit: malos mundanos y alivios cómicos
Esos dos arquetipos guiarían la siguiente etapa de Disney, no solo en sus antagonistas, sino en su producción en general. Tras la muerte de Walt Disney en 1966, Ron Miller, su yerno, se hizo cargo de la ejecutiva de la compañía, y abandonó el colorismo infantil de su suegro para inaugurar un ciclo algo inmovilista tanto en lo narrativo como en lo estético. Los universos de fantasía se sustituyen por el real, y los villanos pasan de ser brujas y hechiceros a, dicho pronto y fácil, criminales cotidianos. A Cruella de Vil le siguieron Edgar, de ‘Los Aristogatos’ (1970), Medusa, de ‘Los rescatadores’ (1977), el Cazador de ‘Tod y Tobby’ (1981)…
La única rareza en el catálogo de Ron Miller fue 'Taron y el caldero mágico' (1985), adaptación de la saga literaria ‘Las crónicas de Prydain’ y una pequeña joya sin mucho éxito, que pertenece a una tendencia más adulta del cine de aquella década, las fantasías tipo ‘Willow’ o ‘Dentro del laberinto’. Esta cinta volvió a los mundos encantados de los primeros años, pero con una puesta en escena muy poco infantil con un malísimo que da escalofríos incluso a los mayores: el cadavérico Rey del Mal.
Pero podríamos decir que esta etapa cuestionada por los críticos y expertos de Disney se cierra con una peli sobresaliente pero infravalorada que los fans no olvidan: ‘Basil, el ratón superdetective’ (1986). Como te decíamos, la trayectoria de Miller fue sinónimo de whodunit, ese género de películas que abordan una investigación para dar con un culpable, a lo Agatha Christie. El castigo de esta revisión “ratona” de Sherlock Holmes era el mafioso londinense Ratigan, uno de los villanos más fascinantes de Disney, dispuesto a todo por poder y dinero. Y con un buen plumón.

El Renacimiento de Disney: Úrsula y el queer-coding
Es así cómo llegamos al Renacimiento de Disney. Ron Miller fue destituido en 1984 y Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg dieron un volantazo a la línea creativa de la compañía, produciendo sus mejores y más populares títulos: ‘La sirenita’ (1989), ‘La bella y la bestia’ (1991), ‘Aladdin’ (1992), ‘El Rey León’ (1994), ‘Pocahontas’ (1995), ‘El jorobado de Notre Dame’ (1996), ‘Hércules’ (1997), ‘Mulán’ (1998)… En ellas convivían ambos elementos, la fantasía y la inspiración en la realidad, y coincidían en una narrativa y una estética más refinadas… Sus villanos son espectaculares.

Es un buen momento para rescatar un tema del que ya hemos hablado en Yasss: el queer-coding de los villanos de Disney, que se refiere a esos rasgos, actitudes y comportamientos de los personajes que nos llevan a pensar que pertenecen al colectivo LGTBI. Por eso mencionábamos antes la pluma de Ratigan.
El queer-coding se rastrea hasta los inicios de la productora (de Garfio a Shere Khan), pero en esta etapa es muy habitual. Se dice que Úrsula estaba inspirada en la icónica dragqueen Divine (la fascinación hacia los personajes femeninos grotescos de Disney también es algo muy gay), el amaneramiento de Jafar, Scar, Radcliffe, Frollo y Hades es evidente, siempre se ha rumoreado sobre la homosexualidad de Gastón y Le Fou, y, aunque esto ya no pertenece a los malísimos, ‘La sirenita’ y ‘Mulán’ pueden leerse como películas sobre las vivencias trans y bisexual.
En cuanto a la psicología de los villanos, como decíamos antes, en estas películas hay tantos personajes fantásticos, que usan la magia y los poderes oscuros (Úrsula y Jafar) como aquellos cotidianos que se dejan llevar por sus peores deseos y que en ocasiones están basados en figuras históricas, como Gastón, Scar, Radcliffe o Frollo. Este último, el archidiácono de Notre Dame, es una de las creaciones más oscuras de Disney, y no hay duda: habla de la doble moral y las perversiones en la Iglesia en una de las canciones villanas más inquietantes: 'Fuego infernal'.

El último ciclo: ‘Enredados’, ‘Frozen’ y los miedos propios
Frollo es un buen referente de la construcción de los antagonistas en la siguiente edad dorada de Disney. Tras unos años de parón creativo, la compañía volvió por todo lo alto con ‘Enredados’ (2010) y ‘Frozen’ (2013), reimaginaciones de las historias de ‘Rapunzel’ y ‘La reina de hielo’. En la primera, tenemos una de las villanas más vulgares de la franquicia, con similitudes a los anteriores: Madre Gothel, una secuestradora en forma de bruja que se aprovecha de la magia ajena. Igual de mundanos, pero no por ellos menos peligrosos, son los de ‘Frozen’: el Príncipe Hans, un impostor capaz de todo por poder y el Rey Runeard, abuelo de las protagonistas, un político cruel y genocida.

Lo que más nos interesa de esta Disney es que las posiciones de heroísmo y antagonismo están más matizadas que nunca. También son más confusas. ¿No es Elsa su propia enemiga? Esta “heroína” nos confronta con nuestros miedos y complejos, y la forma en que estos pueden hacer daño a los demás, detonar consecuencias irreversibles. Es, por encima de todo, un conflicto de salud mental. En este sentido también es pertinente mencionar ‘Vaiana’ (2016), con una figura mitológica que puede ser tanto buena como mala, y con un héroe, Maui, que tiene que luchar contra su temor a no estar a la altura (al igual que Sven en ‘Frozen’). Esta dualidad, entretejida en los grises morales cada vez más habituales en los personajes de Disney, no solo en los villanos, encaja a la perfección con las historias modernas de la productora, centradas en el aprendizaje del espectador (como también hace Pixar) más que en sentenciar con juicios absolutos sobre lo que está bien y lo que está mal.