La Veneno, el icono LGTBI que mostró al mundo que las mujeres trans existen

Cristina Ortiz, más conocida como 'La Veneno', apareció por primera vez en televisión el 1996
Lo importante no es cómo La Veneno vivió su vida, sino cómo influyó en las nuestras
La primera vez que Cristina la Veneno apareció en televisión, en un reportaje de ‘Esta noche cruzamos el Mississipi’, mítico programa de Telecinco, las cámaras buscaban el morbo y lo escabroso entre las mujeres trans que ejercían la prostitución en el Parque del Oeste, en Madrid. Era 1996 y el programa quería imágenes potentes y seductoras, que provocaran el asombro del espectador.
Eran los años de la España negra, del crimen de Alcàsser, de la corrupción en directo o del cuerpo femenino como reclamo. Cuando apareció en pantalla el cuerpo de Cristina, “explosiva total”, resultó todo eso. Era potente, seductor e innegablemente femenino, pero de una manera opuesta a lo que la cámara esperaba encontrar entre la decadencia de la prostitución callejera.

Si el cuerpo de Cristina atrajo la atención del programa, su carisma hizo que se quedara. Deslenguada y divertidísima, Cristina se convirtió desde su primera aparición en televisión y sin pretenderlo en la segunda mujer trans conocida en España a nivel popular, después de Bibiana Fernández (que, fruto de la época en la que saltó a la fama, había jugado al equívoco respecto a su condición). La televisión convirtió en estrella a la Veneno, mientras Cristina, de puertas para dentro, se enfrentaba a las consecuencias de una dificilísima vida que pronto fue de dominio público: la violencia familiar, el desarraigo, la falta absoluta de oportunidades y la incomprensión de una sociedad entera habían marcado hasta ese momento su existencia.
La fama y el dinero se fueron tan instantáneamente como habían llegado, una vez el programa llegó a su fin. Cristina, desamparada una vez más, volvió a la calle y a la violencia. Fue engañada para estafar a un seguro, ingresó en prisión (en una prisión de hombres, lo cual dice mucho de la mentalidad de las instituciones), apareció esporádicamente en televisión para capitalizar su decadencia. Protagonizó enfrentamientos con otras mujeres trans a las que llamaba Manolo, “cara de bóxer”, “padre de Pocahontas” y toda una retahíla de dolorosos y ocurrentes insultos. La vimos gritar, enloquecer y atacar. La vimos hacer trampas para arañar unos segundos más de atención. La vimos ponerse un cuchillo en el cuello. Y tan vista tuvo España a Cristina que, sin más, se olvidó de ella.
Ver esta publicación en InstagramUna publicación compartida de Cristina La Veneno 🌐 (@lavenenoficial) el 1 Feb, 2016 a las 8:17 PST
El legado de Cristina, la Veneno
Por suerte, algunas personas la recordaban. Para quienes éramos niños en la era del Mississippi, la Veneno era una presencia familiar de la que aún no conocíamos sus contradicciones. Despojados de ese prejuicio, empezamos a cortar, editar y compartir trocitos de sus apariciones televisivas. Descubrimos que Cristina (como pasa con otras grandes personalidades como Belén Esteban o Lola Flores) conectaba con nosotros. Empezamos a comunicarnos con sus vídeos y sus frases, que pasaron a nuestro vocabulario común. Cristina se convirtió en meme. Pero, afortunadamente, no se limitó a ser un meme.
Puede que los vídeos, hoy míticos, de la Veneno comenzaran a circular porque eran graciosos y chispeantes, pero incluso quien no había nacido en la época de su esplendor se dio cuenta de que detrás había mucho más. La comunidad LGTBIQ+, mucho más formada y con las ideas más claras que en el año 96, supo ver en Cristina a una víctima del sistema en el que se había educado. Su propia transfobia interiorizada, que la había llevado a definirse a veces como “travesti” o “maricón castrado”, no le restaba valor a su testimonio. Muy al contrario, la Veneno era la prueba fehaciente de lo que suponía ser mujer trans en una España que le daba la espalda.
Para cuando la Veneno reapareció en Sálvame veinte años después de aquellas primeras imágenes explosivas, lo hizo con sus memorias bajo el brazo escritas por la periodista Valeria Vegas. España no era el orgulloso país de la Expo y las Olimpiadas que se quedó boquiabierto con ella en el 96, ni era la sociedad en crisis y reinvención que compartió sus vídeos a YouTube diez años más tarde. Aunque seguían en la posición más vulnerable de la comunidad LGTBIQ+, las mujeres trans de 2016 (el año en que murió Cristina) ya no eran un fenómeno extraño ni un cuerpo que explotar sexualmente. Orgullosas y visibles, comenzaban a reclamar su voz y a ocupar puestos de poder en la sociedad (Carla Antonelli ya era diputada de la Asamblea de Madrid por el Partido Socialista Obrero Español en aquel momento).

Cristina, con todas sus carencias y contradicciones, había resultado imprescindible en ese camino. Puede que su despampanante físico fuera la razón por la que la sociedad le abrió sus puertas, pero probablemente ese era el único motivo posible entonces que podía hacer que una mujer trans reventara los audímetros.
También puede que, vista desde el presente, la Veneno no fuera la representante ideal de la identidad trans. Pero no podía ser de otra manera: a Cristina nunca le enseñaron ni le mostraron que las personas como ella existían; tuvo que aprenderlo a golpe de hormonas de contrabando y junto a sus compañeras del Parque del Oeste.
Pero ella, aun por motivos quizás equívocos, sí enseño al gran público que las mujeres trans existen. Cristina la Veneno rompió para muchísimas personas la cadena de abandono y de invisibilidad de la diferencia. Después de ella, después de sus momentazos y sus ocurrencias, después de su vulnerabilidad disfrazada de fiereza, después de su triste muerte y después de ese efímero esplendor final que afortunadamente pudo disfrutar, la comunidad LGTBIQ+ en España tiene una referencia.
Cristina no pretendía hacer pedagogía de su propia identidad
Un icono cercano, que sentimos como nuestro porque lo hemos elegido nosotros. Cristina no pretendía hacer pedagogía de su propia identidad, y es posible que se lamentara muchas veces de haberse convertido en un personaje popular, vistas las consecuencias. Pero su impacto, lo que ha provocado su mera existencia, va mucho más allá de lo que una mujer trans de un pequeño pueblo de Almería podría soñar. Porque hoy, convertida en el icono reciente de mayor trascendencia de la comunidad LGTBIQ+, lo importante de Cristina ya no es cómo vivió su vida, sino cómo ha tocado las nuestras.