Cuando se trata de estudiar, casi todos nos convertimos en alimañas procastinadoras que hacen escapadas a la nevera o se arrebujan bajo las mantas con una excusa bien pensada. ‘Va a llegar el invierno nuclear, nada tiene sentido, mejor me quedo aquí’. Si lo hacemos en grupo, puede que la cosa no se salga de madre y consigamos buenos resultados, aunque solo sea por la presión de no distraerse mientras los demás lo hacen con concentración de termita.
A estudiar bien para los exámenes y no acabar triturados por la presión también se aprende. La mayoría de los buenos empollones, ya sea de forma natural, o porque han aprendido a modificar sus hábitos de estudio para perfeccionarlos, usan una serie de técnicas probadas para aumentar su rendimiento y convertirse en plusmarquistas del empollar.
Hoy te hablamos de algunos métodos para mejorar tu forma de estudiar y no entregarte al bostezo, a la masturbación y a la excursión a la nevera.
¿El truco? Aplicar la psicología y engañar a la cárcel de tu mente. Ommmmmm.
No sabemos en qué piensa la gente que está seis o siete horas delante de un libro sin hacer una escapada al balcón o al césped sin pasarle una notita de amor al crush en la biblioteca (vale que se llevaba en 1990, pero sigue teniendo su encanto). El cerebro retiene mejor la información en periodos cortos, con breves descansos de cinco o diez minutos. Es así, y así será por muchos años, hasta que llegue la muerte y se nos lleve mientras seguimos atascados en Cálculo de Estructuras V.
Dentro de esta manera de segmentar la sesión de estudio hay muchos métodos. El método Pomodoro (franjas de treinta minutos con cinco minutos de descanso entre cada una) es uno de los más famosos, y encontrarás a cientos de youtubers horteras y gurús de la productividad asegurando por su vida y la de sus hijos que funciona. Lástima que no sepa a salsa de tomate y el libro con el periodo regente de Carlos V siga abierto sobre la mesa.
Sentido común. Acostumbrar al cerebro al cilicio del orden es una de las mejores maneras de reprogramarlo, de indicarle que, a cierta hora de cada día, toca activarse y prestar atención. No sirve de nada estudiar un día por la mañana y otro de madrugada. Está comprobado que estudiar siempre a la misma hora, más o menos el mismo tiempo (dos o tres horas), ayuda a fijar la rutina y aumenta la concentración y la productividad. Tener previsto qué es lo que quieres estudiar en la sesión también te va a ser útil para cerrar este combo.
Sabemos que tu vida se rige por ese pensamiento mágico, que piensas que tu crush está a punto de escribirte en Instagram y que crees que si alguien te arranca el móvil de tus fríos dedos todo tu mundo colapsará, pero la verdad es que no va a pasar nada de eso. Lo máximo que puede suceder es que Cálculo de estructuras V siga ahí, llamándote con arrullos de amor.
En la simpleza está la magia: bloquea el móvil para no poder consultar redes sociales ni mails con alguna de las muchas aplicaciones que se han inventado y escóndelo en otra habitación. Si respetas esto, no te quedará otra que prestar atención a la página de teoría.
Para modificar sus hábitos de estudio y ponerse retos, mucha gente hace lo mismo que en una presentación de un trabajo para la universidad o una charla: se graba exponiendo el tema que desea aprender. Tú eres tu audiencia. Si lo presentas y lo verbalizas, tendrás que ordenar la información que sabes, la teoría que has aprendido, sintetizarla y vocearla mejor de lo que lo harías por escrito.
La otra manera, te lo habrás imaginado, es examinarte a ti mism_ tal y como piensas que será el próximo examen. Seleccionar las preguntas difíciles, valorar qué te preguntarán y simular la prueba escrita tal y como lo harías en la realidad.
Cuanta más maldad tengas y más difícil te lo pongas, más probabilidades tienes de sacar mejor nota en la hora del lobo, el día del examen real.
La información en bruto es la que asimilamos mientras hacemos una primera lectura de la teoría y subrayamos las partes más importantes, aquellas que deben quedar fijas por encima de las otras. Este es solo el primer paso. Mucha gente se queda estancada en ese proceso automático (leer y subrayar), y el cerebro acaba por retener menos información de la que debe.
A la mayoría de la gente no le sirve de nada memorizar literalmente lo que dice una página. Volcar la información, sintetizarla en unos buenos resúmenes, adaptarla a nuestras palabras y distribuirla en esquemas que la simplifiquen es una de las llaves para incrementar la calidad de tus horas de estudio. Puedes hacerlo con mapas mentales, de forma gráfica; con tarjetas de conceptos, con fichas. Intenta adaptar estas fichas-resumen al tipo de materia con el que estés trabajando.
Estudiar es transformar lo que leemos, para comprenderlo mejor.