Desde que adopté una gata mi vida ha dado un giro de 180 grados: así ha cambiado en menos de un año

Hace casi un año desde que adopté a la Nancy (mi gata) y desde ese momento mi vida ha dado un giro de 180 grados
Ganarse la confianza de un gato no es una tarea sencilla, nosotros tuvimos mucho tiempo para conocernos durante el confinamiento
Cuando estoy nervioso o algo me preocupa, la gata se percata de ello de alguna manera y viene a verme
Mientras escribo esto, estoy oyendo roncar a la gata Nancy, hecha una bola encima de una caja de cartón. Nancy tiene nombre de muñeca y pulmones de camionero. Hace casi un año, cuando Nancy y yo nos mudamos a la misma casa (el día que se anunció el primer estado de alarma y el confinamiento), ambos nos miramos con recelo felino. Ella desde abajo, desafiante y naranja como una mandarina; yo desde arriba, desconfiado y más bien rosita. Hoy somos inseparables. Esto es lo que me ha enseñado de mí y del mundo Nancy, a fuerza de amor y arañazos.
Al contrario que los perros, que desde el primer instante te brindan su afecto (como sucede también con los desconocidos que te cruzas a las tantas en un festival), la confianza de los gatos hay que ganársela. Nancy y yo nos evitamos al principio de nuestra convivencia, como una pareja al borde de la ruptura. De vez en cuando se acercaba a olisquearme, sobre todo las puntas de los dedos, mientras me miraba fijamente como conectando olor-cara-presencia. A los pocos días, una vez nuestros olores impregnaron toda la casa, Nancy se sintió cómoda conmigo. Aún no me amaba, pero al menos me toleraba.
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Como decía, empezamos a vivir juntos el día que se declaró el confinamiento. Esto provocó que nuestra convivencia fuera total. Pasamos de ser unos desconocidos a convivir las 24 horas juntos, como en un 'Gran Hermano' interespecie. No sé si eso aceleró el proceso de adaptación o si la Nancy pensaba algo como: "¿Qué hace este homínido todo el día en MI casa?", pero una vez asumió que vivíamos juntos, me fue ofreciendo cada vez más y más confianza.

Primero venía a verme de vez en cuando. Mientras yo estaba a lo mío, aporreando las teclas del ordenador, sentía una presencia observándome y probablemente juzgándome muy fuerte. Al asomarme a mi costado allí estaba ella, con sus ojos verdes y enormes, sin moverse ni un ápice, cual pistolero del oeste a punto de desenfundar. Yo me quedaba también mirándola, en un vertical duelo a ver quién parpadeaba antes, hasta que de repente ella perdía el interés y se iba al sofá o a la cama a lamerse el culo ejecutar su skincare.
Un día sin vuelta atrás, la Nancy descubrió mi regazo. Me vino al lado cuando estaba tumbado y, después de pensárselo un poco, se subió encima de mí. Dio unas cuantas vueltas y se tumbó encima de mi barriga. Yo, inmóvil en mi condición de mueble mullido y calentito, le ofrecí mi aprobación rascándole la cabeza. Y entonces, como en un mágico ritual en el que por fin se ha dado con el acertijo que abre las puertas de la cueva, la Nancy empezó a ronronear. Desde entonces no ha parado.
Empatía y compañía
Según cuenta la psicóloga Ana Laura D’Agostino en su blog, convivir con un animal tienen múltiples beneficios, tanto físicos como emocionales. En el terreno corporal, "se disminuye la presión arterial y se regula la frecuencia cardíaca durante situaciones estresantes", mientras que, a nivel psicológico, "el apoyo que brinda una mascota puede hacer que la persona se sienta más relajada y disminuya el estrés, la angustia y la ansiedad".
Sin duda, la compañía de la Nancy se ha convertido en uno de los pilares en los que baso mi día a día. Allí está ella cuando me levanto, cuando me acuesto y cuando no puedo dormir. Cuando estoy nervioso por algo, parece que lo huele y viene a verme, a restregarse cariñosa con mis piernas, a maullar como diciendo "oye, que no es para tanto" (o puede que "oye, cómprame una latita de esas de las caras"). Este 2020 ya acabado, definido sin duda por el tiempo que hemos pasado en casa, hubiera sido mucho más complicado y mucho más triste sin ella.

Y cuando por fin volvimos a poder hacer vida más normal, la Nancy se adaptó sin problema. La principal ventaja de los gatos frente a los perros es su independencia y su capacidad de autogestión: Puede que la Nancy me necesite, pero se esfuerza para que no se le note. Puede pasarse el día entero escondida en un rincón o debajo de una manta, sin demandar nada más que un poco de comida y agua. Por eso, quizás los gatos son más aconsejables para gente que tiene horarios cambiantes y necesita flexibilidad para poder viajar o ausentarse unos días por trabajo.
Y sí, los gatos son muy cariñosos, aunque lo sean a su manera. La Nancy no soporta los abrazos ni que la espachurre demasiado, y ahí están sus uñas para dejarlo claro, pero tiene muchas formas de demostrarme su amor. Por ejemplo, ese movimiento que hace con las manos sobre mi cuerpo como si amasara la masa de una pizza, y que es una señal de sumisión; los "besitos de gato" que me lanza, cuando me mira fijamente y parpadea despacio, o cuando me recibe poniéndose panza arriba, permitiendo que le rasque la barriga en una posición en la que no se puede defender, y por lo tanto me ofrece su total confianza.

No todo es tan bonito
Por supuesto, no todo es tan bonito. La Nancy es muy suya y a veces ha decidido que mis zapatillas de andar por casa o una toalla caída en el suelo tenían pinta de urinario. Hay momentos en los que se vuelve loca real y empieza a correr por toda la casa de un lado para otro como si la persiguiera un dementor, a veces a las tres de la tarde pero otras veces a las tres de la mañana. Y desde luego, tener un gato es un gasto mensual que uno debe tener en cuenta antes de adoptarlo.
El 19% de los hogares españoles tiene un gato. Sumarme a ese porcentaje ha sido una de las mejores decisiones que he tomado. La Nancy es un ser vivo al que a veces no entiendo, pero que me pide empatía y cuidados. Descifrar esas necesidades, comprender que los demás (animales de dos o cuatro patas) tienen su espacio y sus normas, y encontrar los puentes entre nosotros me ha hecho una persona más sensible y más generosa. Y la Nancy, que ha venido a ver cómo termino este artículo desde mi regazo, me hace saber con su ronroneo que, por muy independientes que seamos, este mundo se navega mejor con alguien a un arañazo de distancia.
