Mi deseada Barbie, el juguete que los Reyes Magos nunca me trajeron por mariquita
yasss.es
05/01/201816:10 h.La otra cosa que me acompañaba en esa época y se disputaba las horas con la alegría era, claro, la pena. Y es que en la noche de Reyes, yo estaba muy emocionado de que tres señores (uno rubio, incluso) de Oriente me trajeran altruístamente casi todo lo que quería. Y a la vez estaba muy triste. Yo sabía lo que era un mago, lo entendía. Lo que no entendía era que estos tres hombres, por mágicos que fueran, por mucho que pudieran abastecer a todos los niños buenos del mundo en una sola noche, nunca me traían lo que yo verdaderamente quería.
A pesar de cada año que pasaba yo era más y más bueno con Ellos, los Reyes no me traían lo que yo necesitaba. Y yo sabía también que el juguete de mis sueños estaba al alcance de casi cualquier familia. Lo que yo quería, claro, era una Barbie. Y no una cualquiera, quería una Barbie sirena preciosa con un pelo rubísimo, larguísimo, con destellos fantasía. Esta Barbie era la mujer que yo quería que me acompañara en el baño todos los días de mi vida, para siempre. Era la mujer que necesitaba, pero solo como amiga.
Y claro, es imposible que no me asalte la pena cada año cuando llegan estas fechas, que son para mí la peor y mejor sostenida broma del capitalismo actual. El recordatorio anual de que tenemos que cumplir con lo arcaico, con lo patriarcal. Este año, el desastre llegó con las típicas campañas de juguetes de Navidad. Azul vs Rosa. Lo de siempre. Me enervo, me vuelvo loca, pataleo y grito con el alma cada vez veo este tipo de cosas, y que nadie hace nada para cambiarlo.
Hablé de este tema con mi amigo Enrique Llacer, que es sociólogo y activista queer. Me contó que es normal que los niños no se adapten a esto, me contó que “la fantasía está cada vez más presente en los juegos de infancia y, de hecho, las ventas de los disfraces de Anna y Elsa de Frozen se han disparado este año y no sólo lo llevan niñas ahora.” Para Enrique, “esta cultura de la fantasía es mucho mejor que la cultura de la violencia. Lo que se le impone a los niños es mucho peor que lo que se espera de las niñas, y da mucho miedo eso. De la misma forma que la violencia puede dar lugar a rivalidad, competitividad y maltrato; la cultura de la fantasía fomenta la sororidad, que es la cualidad –me decía a mí- por la que tú podías entenderte y llevarte bien de pequeño con tu muñeca sólo por ser una mujer.” La sororidad es una palabra relacionada con la empatía y la feminidad, y contraria al machismo. Es el amor que todas las mujeres tienen, tenemos, entre nosotras por el hecho de serlo. Enrique terminó lamentando que “por supuesto esta palabra no está en el DRAE. No sé si tendrá algo que ver con que La Academia esté llena de hombres.”
Yo pienso en esos niños, de repente, en Navidad, como si fueran mis hijos. Como si fueran yo, de hecho, a esa edad. Y no lo entiendo. Yo no lo haría así con los míos, y no entiendo cómo Los Reyes estos tan antiguos pueden decidir que hay niños que, por buenos que sean, no se merecen un disfraz de princesa, o niñas que no se merecen un balón de reglamento por buenas notas que saquen. Si alguien me diera una explicación lógica para eso, lo entendería. He estado toda la vida intentando entenderlo. Hay grandes momentos de felicidad, como cuando Adele llevó a su hijo a Disney World vestido de la princesa Anna y ella era plenamente feliz con la idea, a pesar de lo que dijera twitter o cualquier troll analógico. Ella y su hijo eran felices, que es a lo que se va a ser a Disney Word.
En realidad, no os voy a mentir, creo que sé por qué estos niños no reciben lo que quieren. Los Reyes no son malos, pero tienen miedo. Creo que los Reyes piensan que el resto de niños se van a reír de este niño tan bueno por ser mariquita o de esa niña tan buena por marimacho. Yo le diría a estos tres señores de barba larguísima, que mis juegos de mi infancia no han sido lo que hicieron hecho que, muchos años más tarde, me empezaran a interesar los penes. No es así como funciona, y sí tiene que ver con la expresión de la personalidad de su hijo, que sin libertad siempre se verá frustrada.
Yo me crié entre mujeres de enorme sororidad, y jugaba de pequeño siempre y sólo con niñas fabulosas. Así que nunca me di por vencido con lo de la Barbie y nunca dejé de jugar con ellas. Jugué con todas las Barbies de mis amigas que pude, que me prestaron. Mi empoderamiento con la feminidad, como otras veces, no fue especialmente bien recibido en mi familia, a mi modo de ver, pero mis juegos me compensaban eso con creces. Ellos tenían miedo, pero yo tenía alegría y sólo alegría cuando jugaba con las muñecas viejas y medio rotas de mis amigas, que nunca me prestaban (obviamente) las mejores. Y yo aprovechaba para superar las dificultades físicas de esas Barbies con carisma. Si era la más fea, daba igual, era lista y divertida, y fabulosa también. A través de esas Barbies, veía el mundo con los ojos de una mujer profesional, empoderada y libre. Fui cineasta, abuela, una prima con dificultades motrices y la tía alcohólica desesperada. Y fui feliz como nadie durante tres o cuatro años pero, claro, me faltaba una cosa, que era ser yo misma.
Y es que en todos esos juegos seguía apareciéndoseme en la cabeza el anuncio de mi Barbie sirena, y yo la veía con el pelo cambiando de color en mi bañera. Nos veía contándonos nuestros problemas, los suyos como sirena capitalista y los míos como niño mariquita. Además, yo había visto 'La Sirenita' ya unas 100 veces con nueve años, y tenía claro que quería ser Ariel. Las sirenas, para mí, eran personas libres capaces de dejar su sociedad y sus convicciones sólo por amor a la diferencia. Como comprenderéis, tenía que tener esa Barbie. Esa Barbie tenía que ser mía.
Es por esto que un día me planté delante de mi madre en un supermercado con mi Barbie. Ella no lo sabía, pero esa Barbie ya era mía desde el momento en el que mis dedos tocaron esa preciosa caja rosa. Tuve que argumentar con todas mis virtudes, con todos mis logros: mis buenas notas, mi ayuda en casa, mi autonomía, mi buen carácter. Objetivamente, esa Barbie tenía que ser, era, mía.
Y lo fue, y tanto que lo fue. Durante todos los años siguientes hice lo que siempre quise hacer. ¿Y qué pasó? Que llego el terror: la adolescencia. A los 13 años, mi Barbie perdió el privilegio de la estantería y estuve a punto de guardarla en en un cajón. Como me daba miedo que mis amigos ya mayores me consideraran una loca por seguir teniendo a mi Barbie expuesta, se la di a una vecina mía de 6 años que, deliberadamente, la destrozó. Ver a mi icono revolucionario con la cabeza encajada hasta los hombros, desprovista de su cola destelleante, con mechones de pelo cortados, me hirió muchísimo.
Tuve que aprender que mi Barbie ya no estaba. A mí me gustaba lo que ella representaba para mí. Y me gustaban las Barbies, y tenía ya edad para comprarme una. Durante mis 20 años coleccioné Barbies de todas las clases, todas las que podía comprar con mi sueldo. Eso lo hacía también una amiga que me eché entonces y que fue mi compañera y Barbie de carne y hueso y mi inspiración durante los 7 años que duró nuestra amistad. En mi treinta cumpleaños, mi amiga Carla me regaló una caja preciosa envuelta en papel turquesa y con muchos lazos de colores. Dentro de esa caja estaba la Barbie Sirena Preciosa que yo siempre quise que me trajeran los Reyes Magos. Exactamente la misma que conseguí con 9 años y mucho esfuerzo, y que había perdido. Allí estaba esta compañera, y me he hecho el primer selfie de mi vida con ella para este artículo. Allí estaba para mí, para siempre. Y hacemos muy bien equipo.
Hoy me acuesto con los ojos llorosos pensando en todas esas noches de Reyes Magos que no fueron tan emocionantes como yo quería. Lo que quiere mi niño interior, que por fin ha conseguido desahogarse y abrazarse, es que todos los niños hoy, mañana y para siempre vivan su vida en base a sólo a su ilusión.
Me encanta pensar que es eso, la ilusión, lo que un día va a salvar el Mundo.