Yo sobreviví a la cola virtual de la final de Eurovisión y ¡conseguí entradas!
La noche del pasado mayo en la que Salvador Sobral se hacía con el festival de Eurovisión con su preciosa canción ‘Amar pelos dois’ me propuse estar en la próxima final SÍ O SÍ. Como buen eurofan, hice todas las reservas posibles de alojamiento de todos los fines de semana del mes de mayo de 2018. Sí, con un año de antelación, para no quedarme sin hotelito en Lisboa, bien cerquita del evento del año.
Desde la página ‘blueticket’, el festival de Eurovisión ponía a la venta este miércoles 20 de diciembre la segunda tanda de entradas a partir de las 12 de la mañana, hora española. En la primera tanda me quedé a las puertas, pero esta vez no estaba dispuesto a perder la oportunidad de vivir mi primer festival de Eurovisión. Por eso, me levanté bien tempranito y obligué a todo mi entorno a hacer cola virtual, que además este año es de manera aleatoria por lo que a más pantallas abiertas más posibilidades para llegar a entrar en el ansiado ‘Altice Arena’.
Con las entradas de Eurovision... pic.twitter.com/M1PLLMwt0H
— jmav (@jamavi12) 20 de diciembre de 2017
La suerte corría de mi parte: fui uno de los últimos en entrar pero conseguí estar en la posición más cercana. En concreto, mientras mi hermana me decía vía ‘WhatsApp’ que estaba en la posición 66.000 o una compañera daba al ‘F5’ de manera compulsiva, sin conseguir bajar del número 14.000, yo empezaba en el número 1.200. "Esto está hecho", pensé en un primer momento.
A medida que iba pasando el tiempo y veía que la cola virtual no se movía, decidí meterme en Twitter para criticar un poco el sistema de cola aleatoria que la organización había elegido este año para poner en venta las entradas. ¡Madre mía! Twitter ardía… había gente que desde las siete de la mañana estaba pendiente a la pantalla y tenían números demasiados altos en la cola. No podía dar mi batalla por perdida.
Y ahora la cola parada ... #Eurovision pic.twitter.com/jrEJRHoOiA
— Ar 📐 (@ararqarm) 20 de diciembre de 2017
Mientras que iba pasando la mañana, la mayoría de las personas "amenazadas" me iban transmitiendo vía mensaje de móvil que abandonaban la cola porque era IMPOSIBLE. Yo me iba enfadando cada vez más, conmigo mismo, con Eurovisión y con todos los representantes españoles anteriores por no haber ganado para que el festival se celebrara aquí. Pobrecitos, qué culpa tendrán. La culpa la tiene Toñi Prieto, pensé. Tenía que buscar un culpable para canalizar mi ira y ella siempre es un buen refugio para cualquier frustración de eurofan desesperado.
De repente, refresco mi pestaña y veo que me quedan 5 minutos para entrar. Los 5 minutos más largos de mi vida estaban pasando esa misma mañana. Y como en un abrir y cerrar de ojos, estaba dentro de la página, podía pinchar en la pestaña que daba opción de comprar entradas para la final y sólo tenía que hacer ‘pinchi, pinchi’ y… ¡el éxito estaba asegurado!
Intentando comprar las entradas de #Eurovision pic.twitter.com/Lx6FI0kDOe
— 30 de febrero *Ⓜ️ (@Briznilla_) 20 de diciembre de 2017
Mi teléfono no paraba de sonar, porque mi chico, también eurofan, estaba igual de nervioso que yo y sabía que me quedaba poco para poder entrar a pillar las entradas. Con sutileza yo le cojo y apago el teléfono como diciéndole de manera subliminal: ¡Ahora, NO! (que a la vez significaba un: ¡Ahora, sí que sí!
Elijo las entradas que quedan, pongo mis datos bancarios, llego hasta a poner el típico codiguito que te mandan al móvil por seguridad y me dispongo a dar al último click. Lo doy y un mensaje sale en mi pantalla: “se ha producido un error”. Yo empiezo a convulsionar en directo en mitad de la redacción, reviso mi correo y no aparece ningún entrada, solamente el recibo del pago. Me meto directamente en mi banco pensando que, al ser final de mes, estoy más que pelado y bajo mínimos pero mi sorpresa es que no, que dinerito hay, y que me han retenido el dinero de las entradas.
Sé perfectamente que el nuevo cupo se pondrá a la venta y no será el último, pues aún quedarán dos turnos más en 2018, incluidas las dos semifinales el 8 y 10 de mayo, pero yo necesito tener entradas. Me meto de nuevo en la página, y me doy cuenta que para la final ya no quedan entradas y están agotadas. Ahora sé que alguien fue más rápido que yo a la hora de meter el código de su tarjeta y me cago en cosas, pero solo metafóricamente.
Rápidamente me recompongo y me dirijo a comprar entradas para la final del jurado, que es exactamente igual que la gran final, se celebra el día antes, y la única diferencia es que no hay votos en directo. Para esta vez ya estoy más que preparado y meto el código bancario como el que canta ‘Cumpleñaños, feliz’, llego hasta el final y no hay ningún tipo de error. Rápidamente miro mi correo y ahí están mis entradas. “¡Tengo entradas para Eurovisión!”, grito. “¿De verdad?”, me pregunta un compañero. “Sí, pero son para la final del jurado”, le comento sin ganas de explicarle que las de la final están en un vacío legal por las que me pelearé con correo en portugués y con la sensación de haber vivido una mañana demasiado intensa.