El primer beso cuenta mucho: una investigación muestra cómo afecta a nuestra personalidad


Una investigación muestra que el contexto y edad a la que damos nuestro primer beso puede tener un efecto en nuestra personalidad
Contar la historia de tu primer beso es una movida, pero siempre puede ser peor: si nos retraemos a la pubertad y adolescencia, también era una marca de estatus. Los que lo reciben en los primeros años son deseados y, por tanto, adolescentes válidos, y los que tardan en llevarse uno arrastran esa lacra como los fantasmas una cadena y su bola. Todo ello, por supuesto, puede tener un efecto en nuestro desarrollo posterior.
Que se lo digan al personaje de Drew Barrymore en ‘Nunca me han besado’ (Raja Gosnell,, 1999), una de esas comedias noventeras que ya no sabes si se hicieron en serio o fueron el fruto de una apuesta. En ella, Josie (Barrymore), nuestra protagonista, es una joven adulta a la que, spoiler, nunca han besado. La chica sueña con ser periodista, una opción más cercana después de que reciba un encargo en el que le proponen volver al instituto e infiltrarse como estudiante. Si lo hace bien, será redactora, pero eso pasa por revivir en un escenario distinto su terrorífica adolescencia. Al final, acepta, y allí aprende a leer su pasado, que tanto la ha condicionado, con los ojos de una adulta, y de paso se enamora del profe de literatura, que es buen chaval.
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Sea como sea, tanto fuera como dentro de la pantalla el primer beso suele tratarse como un evento determinante y a tener en cuenta. Casi todo el mundo recuerda quién era en ese momento, con quién fue y dónde y cuándo ocurrió.
Los primeros serán los últimos
“Si miras hacia atrás, más allá del beso, seguramente recuerdes quién fue el primero de tu círculo de amigos en experimentar ese primer beso. Probablemente pensasen que esos picos prematuros fueron particularmente guays, populares y arriesgados”, apunta la Doctora en psicología Susan Krauss en su blog para Psychology Today, donde también denuncia que, pese a ser un hecho bastante representado y comentado, “casi no hay estudios sobre los besos en general”, mucho menos sobre el primero.
Quien sí trató de analizar el impacto de ese primer beso fue la investigadora de la Unviersidad de Connecticut Eva Lefkowitz, quien en 2018 reunió un grupo de colaboradores para estudiar los recuerdos de varios jóvenes universitarios al respecto y vincularlos con su personalidad. En sus conclusiones, los autores mostraron que el contexto y edad a la que sucede ese primer beso refleja el desarrollo de las cualidades psicosociales de identidad e intimidad de cada uno.
A fin de cuentas, añaden los investigadores, para las personas que todavía no mantienen relaciones sexuales besar es “una forma de acercarse a la intimidad física sin el riesgo de las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) o embarazo”. En esa época, los besos son una muestra de “la satisfacción de la relación y del compromiso en la adolescencia y la edad adulta”. La gente que entra “más tarde en el juego de los besos” puede tener problemas para comprometerse, “particularmente si han retrasado el primer beso hasta los años de la universidad”.

Ahora bien, este primer beso tardío, aseguran los investigadores, puede tener una cara B positiva: centrarse en los estudios. Una parte positiva que quizás no compense la negativa, ya que a este grupo le costaba más generar vínculos sociales y, por tanto, su autoestima tendía a ser más baja. Eso podría traducirse en “dificultades de ajuste sexual en sus años adultos”, entre otra serie de complicaciones que podrían “alejarles de las relaciones cercanas”. Algo así le pasaba a Drew Barrymore, de hecho, en la película del 99.
Pero, fuera de ese primer beso, ¿por qué se producen el resto? Según los investigadores, las motivaciones para comerle la cara a alguien pueden ser múltiples: impulsos biológicos, curiosidad… Para muchas personas es importante para determinar si la conexión que han sentido previamente con otro se confirma o no. Digamos que esperan una especie de ‘chispa’ que refuerce su idea de que los gustos, intereses o conversación que han compartido les hace estar hechos “el uno para el otro”. Esa criba, aseguran desde el estudio, no la pasan más que la mitad de las personas. Sin presión; recuérdalo la próxima vez que tengas una primera cita.
