Terapia, entornos controlados y otras claves para superar la fobia social


Es un problema de salud mental y no sirve de nada justificarse en la timidez o aislarse. Lo mejor es ponerse en manos de un psicólogo
Contar abiertamente lo que nos pasa y tratar de concienciar a nuestro entorno cercano es el primer paso para sentirnos acompañados en el proceso de curación
A todos nos ha pasado alguna vez: ese agobio por ver a gente o estar en grupo, tener que contestar si nos preguntan o hablar en público delante de una clase. Viene el rubor, carraspeamos, tomamos aire, pero enseguida se pasa el mal trago. Por desgracia, el mundo no es de color de rosa para todos. Hay personas para las que esto supone un suplicio que lleva aparejado un alto grado de ansiedad, hasta el punto de impedirles hacer vida normal. El miedo en esos casos ya es cerval, atenaza y ahoga, y no se soluciona con un simple consejo-tirita.
Es la fobia social (también llamado ‘trastorno de ansiedad social’), y la sufren muchas más personas de las que crees.
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¿Qué es?
Antes de nada, conviene diferenciar lo que puede ser un simple pundonor o timidez, puntual y localizado, de una condición que afecta a la salud mental. En el primer caso, es temporal, pasa y no deja secuelas. En el segundo, precisa de ayuda psicológica. Los ‘sufrientes’ experimentan una timidez e inhibición extremas, hasta el punto de a veces no poder articular palabra, y para ellos es incomodísima la interacción con distintas personas; solo es con la familia y con los amigos más íntimos con quienes los efectos desaparecen. Si las personas con las que se juntan son desconocidas y en un gran número, tenemos una bomba de relojería para el fóbico social.

Al darse muy pocas situaciones en las que este trastorno queda mitigado, las personas aquejadas de fobia social suelen empezar a aislarse. Evitan toda interacción con el entorno, como si calcularan de forma irracional el riesgo de cada encuentro. Lo que para cualquier otro sería un motivo de disfrute (una reunión con amigos, una cita con alguien que nos gusta, un concierto), para estas personas es un motivo de tortura incapacitante.
La paupérrima conciencia social que existe sobre los trastornos mentales hace que a ‘los otros’ les sea fácil juzgar al fóbico social de forma muy poco empática: ‘Es un bicho raro’, ‘No hay quien le entienda’, ‘¿Qué coño le pasa?’.
Las causas no están claras. Los psicólogos argumentan que a menudo son diferentes motivos combinados los que pueden derivar en este trastorno: el argumento, primero, biologicista (los genes, el temperamento), algo así como ‘el tímido siempre será tímido’. Otras fuentes aluden a los roles y comportamientos heredados de nuestro entorno (¡malditos padres, que me inculcasteis en la sangre el miedo a existir!) y a un ‘trauma latente’ de las propias experiencias (por ejemplo, si la persona ha sufrido bullyng).
Tratamiento
Encontrarás en la red muchos consejos, recetas de la abuela, maestrillos ‘sin librillo’ (no son psicólogos). La realidad es que, en el momento en que alguien se da cuenta que sufre un trastorno, lo mejor es ponerse en manos de profesionales y hacer terapia. Necesitamos un ojo clínico que no sea el nuestro, y solo el psicólogo puede hacer ese trabajo, evaluar nuestro caso y empezar un proceso de terapia en el que desarrollemos las habilidades necesarias para ir picando piedra en ese trastorno, y poco a poco, con suerte, hacer vida normal.

El segundo paso deriva, por supuesto, de lo trabajado en terapia: reconducir el pensamiento por otros caminos, someterlo a la luz de la verdad y emplear una estrategia distinta. Hay que tratar de romper la asociación ‘gente-terror’, el pensamiento circular que nos dice que si todo tiende a salirnos mal cuando hablamos con otros, saldrá mal, seremos juzgados, se reirán de nosotros a mandíbula batiente y cosas peores venidas de las pesadillas infantiles. Este trabajo solo se puede hacer con un profesional. Se hace muy cuesta arriba, pero es imprescindible. Sanarse no es de un día para otro, lleva tiempo, baches que nos alejan de la meta.
Sí, pedir ayuda también es curarse. El ser humano es experto en huir de sí mismo y engañarse sobre los motivos que le llevan a actuar de cierta manera. Un fóbico social a menudo se justificará con el ‘soy muy tímido’ para mantenerse guarecido y cálido en su pequeñísima zona de control. Es el psicólogo el que debe devolverle la imagen especular (real) de lo que está diciendo, y no de lo que él cree que está diciendo o evitando, y por qué.
Otra de las maneras es crear situaciones seguras en las que el que, si sufrimos fobia social, la solución no sea agresiva sino amable. Aprender cómo relacionarnos con los demás pasa por crear un método riguroso y práctico en el que quien sufra del trastorno pueda entender que socializar no tiene nada de malo, no es peligroso, no es ‘irreversible’. Buscar, por tanto, escenas o situaciones en las que se pueda establecer una interacción con personas más o menos conocidas, o acompañarnos de algún amigo o familiar para iniciar relaciones o contactos con otros. Sentirse seguro es importante. A partir de ahí, se puede empezar a matar este, nunca mejor dicho, demonio interior.
En esto puede ayudar ponernos objetivos a corto plazo relacionados con nuestro miedo. Metas concretas, pasos pequeños, y todo enfocado a trabajar las interacciones sociales con un enfoque lo menos agresivo posible.
Hablar del problema abiertamente con otros puede ser también de mucha ayuda. Si ofrecemos un argumento, sin victimizarnos, siendo conscientes ante los demás de que es mejor definir nuestras propias reglas, quizá nos sintamos mucho mejor para empezar a cambiar.