Homofobia interiorizada: la batalla interna de la comunidad LGTBIQ+

"La homofobia interiorizada y sus peligros son algo que deberíamos poner sobre la mesa en la comunidad", opina Javier Giner, escritor y director de cine
La bifobia interiorizada puede llegar a ser más intensa porque los prejuicios sociales hacia las personas bisexuales aún no están desmontados en la comunidad
¿Cómo prevenir la homofobia interiorizada? Educando, desde niños, de una forma respetuosa
Salir del armario suele considerarse el punto de inflexión de la vida de una persona homosexual o bisexual. Comunicar nuestra orientación sexoafectiva a los demás –cuando no es heterosexual– es sin duda un momento trascendente; pero, más que el final, es el inicio del trabajo interno al que una persona diversa tiene que enfrentarse. Porque la homofobia no solo produce ataques físicos o falta de representación en medios de comunicación. Los prejuicios contra la diversidad sexoafectiva también se manifiestan en ideas y comportamientos sutiles, donde es más difícil identificarlos. Las personas de la comunidad LGTBIQ+ también se han criado en una sociedad homófoba, y han integrado por lo tanto esos mismos prejuicios, aunque vaya en contra de sí mismos. A eso se llama homofobia interiorizada.
Cuando constantemente te machacas por tu orientación sexual, es muy difícil estar a gusto contigo mismo
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Marina Pinilla, la psicóloga de cabecera de Yasss, la explica así: “al interiorizar estos prejuicios desde bien pequeños, se provoca una total alteración del autoconcepto, de lo que una persona piensa de sí misma, aunque no lo haga de manera consciente. Cuando constantemente te machacas por tu orientación sexual, es muy difícil ya no solo desarrollar relaciones satisfactorias, sino simplemente estar a gusto contigo mismo”.
Cuando una persona reconoce su orientación sexual o su identidad de género diversas, todas las ideas preconcebidas sobre ellas no desaparecen. Una chica que se descubra como lesbiana también ha absorbido una imagen de las lesbianas irreal, cargada de estereotipos (por ejemplo, que son poco femeninas o que no tienen parejas estables). Sin pretenderlo, esa chica se juzgará a sí misma respecto a los roles que ha aprendido, y la batalla interna es violenta.
Las secuelas que provoca esa homofobia interiorizada abarcan, como explica Pinilla, “desde baja autoestima hasta problemas más serios, como depresión, ansiedad, rechazo a la propia identidad e ideaciones suicidas. A mayores, también dificulta el poder formar vínculos sólidos, ya sea para formar una pareja, para sexo esporádico o simplemente a la hora de conocer gente que vive su orientación sexual sin ningún prejuicio (al menos visiblemente)”. Esto último es especialmente importante, “porque en vez de dejarte apoyar por gente que ha vivido lo mismo que tú estás viviendo, puedes llegar a sentir frustración, culpabilidad e incluso envidia que acabas etiquetando como rechazo u odio”.

Este conflicto suele tener su origen en la adolescencia, el momento en que “desarrollamos una ideología social y política, descubrimos nuestras ambiciones y vocaciones, y también entendemos nuestra orientación sexoafectiva”. Esto puede provocar una “crisis de identidad, que normalmente resolvemos entre los 12 y los 20 años, a veces más adelante, pero cuando esta crisis queda en el aire podemos arrastrar inseguridades en diferentes planos durante la vida adulta”.
"Pregonad vuestra sexualidad cuando estéis preparados", es el grito de seis jóvenes LGTBI que defienden la importancia de la visibilidad de la diversidad para ir acabando, entre otras cosas, con lacras como la homofobia interiorizada. Puedes ver sus testimonios en este vídeo:

Invisibilidad y autodestrucción
Para el cineasta y escritor Javier Giner, el descubrimiento de su propia homofobia le llegó en una “situación extrema”, cuando ingresó en una clínica de desintoxicación para superar la adicción al alcohol y la cocaína que relata en su último libro 'Yo, adicto' (Paidós). “Es ahí, al comenzar un viaje que podríamos llamar de crecimiento personal, cuando me doy cuenta de la pesada mochila que arrastro conmigo en forma de homofobia interiorizada, de la que hasta el momento no era ni siquiera consciente. No sabía que acarreaba todos esos pensamientos y emociones incapacitantes que estaban condicionando mi vida”.
Hasta ese instante, su homosexualidad no parecía tener una cara oculta: “salgo del armario, salgo por ahí, follo, tengo parejas, pienso que ese es el final del camino de la aceptación y que, una vez compartida mi orientación sexual con el mundo y viviendo la vida como un homosexual libre, sin complejos, el camino ya estaba hecho y podía ser feliz. Fue después cuando comprendí, al pegarme el tortazo que me pegué, que, al contrario de lo que pensaba, la salida del armario fue el inicio de un camino, no su final”.
La homofobia interiorizada de las lesbianas se manifiesta más habitualmente en una estrategia de ocultación
Para la periodista Clara Morales, identificarse como lesbiana también fue el inicio de ese camino de autoconocimiento. Tradicionalmente, las mujeres homosexuales han podido vivir ocultando su condición por la permisividad del patriarcado, que contemplaba a mujeres fuera de la norma como ‘solteronas’ o ‘buenas amigas’. Pero eso, cree Morales, se ha traducido en que “la homofobia interiorizada de las lesbianas se manifiesta más habitualmente, o al menos durante más tiempo, en una estrategia de ocultación. Esa invisibilidad de la que tanto hablamos y que ha sido una jaula dorada para tantas mujeres lesbianas, a las que se les permitía vivir en la sombra, una sombra que las condenaba a la infelicidad”.
Como toda su generación, la periodista tuvo consciencia de contemplar por primera vez a una mujer lesbiana durante el caso Wanninkhof-Carabantes, donde vio en la descripción social de Dolores Vázquez [condenada sin pruebas sólidas por el asesinato de la hija de su pareja] “un calco, o un origen, de mis prejuicios con respecto a lo que significaba ser lesbiana. Esa mujer lesbiana era una mujer desequilibrada, violenta, vengativa, malvada”.

Un arquetipo en realidad no muy alejado del personaje de Clara en 'Al salir de clase', “otro referente de mi infancia”, comenta; “una lesbiana confundida y celosa que acaba también cayendo en la violencia”. Ser homosexual “significaba faltar al mandato femenino de dulzura, bondad y sacrificio. A mí me daba miedo ser lesbiana porque me daba miedo ser mala. Ahora veo que quizás lo que me daba miedo era acabar transformándome en la masculinidad violenta que, paradójicamente, la sociedad estaba mucho más dispuesta a reconocer en las lesbianas que en los hombres”.
Hacia la aceptación
En ese camino desde los prejuicios internos hasta la aceptación, Javier Giner detectó “grandes dosis de rechazo hacia mí mismo, de comparación continua con el exterior (en la que siempre salía malparado y ocupaba un lugar inferior frente al resto del mundo) y un profundo sentimiento de ser defectuoso y raro. En la clínica descubrí que no sabía vincularme de tú a tú con una persona heterosexual, por ejemplo. Ellos siempre estaban por encima de mí”.
Tras un tiempo en terapia, el escritor descubrió que, sobre todo, aquello se trataba de lidiar con una “autoestima completamente arrasada. Vives condicionado por un profundo rechazo hacia uno mismo que genera grandes dosis de dolor, ansiedad, incapacidad emocional. Y lo diabólico del asunto es que no es algo obvio ni llamativo. Es un arroyo subterráneo que cuesta mucho descubrir y que no grita ni se concreta en algo que sucede. Es una especie de gota malaya que va horadando, en silencio, tu interior. Ni siquiera sabes que todo eso está ocurriendo y marcando tus pasos”.

En el caso de las lesbianas, Clara Morales considera que “esa vergüenza y ese odio que nos han generado nos lleva, con más frecuencia, a ocultarnos, a disfrazarnos de mujer correcta, a no vivir libremente nuestra pluma, nuestro deseo o nuestra condición de mujeres disidentes. Igual que a los hombres homosexuales no se les permite ni un gramo de feminidad, ni una pizca de ambigüedad en su expresión, porque son rápidamente desterrados del trono de la hombría, a las mujeres sí se nos permite vivir en ese limbo, que es igualmente violento”.
¿Cómo combatir esos prejuicios? Ayuda psicológica, introspección, análisis, recordar, elaborar. “Es un trabajo lento y muy cuidadoso”, continúa Javier Giner; “es como ir al gimnasio, los efecto se ven poco a poco. Lo que ocurre es que en este caso no se trata de salud física, sino de salud mental”. En su experiencia, debido a sus adicciones no tuvo “más remedio que poner el foco completamente en mi interior y deconstruirme, pieza a pieza. Pero la fórmula mágica depende de cada persona, no me atrevería a ponerme como ejemplo de todo el mundo. Lo que sí que tengo claro es que uno de los ingredientes ineludibles es terapia, terapia, terapia, terapia”.
Aunque la salud mental tiene cada vez más presencia en medios y en la conversación social, Giner cree que hay que poner atención a ciertos aspectos alarmantes de la comunidad gay: “chemsex, sexo compulsivo, prácticas de riesgo, suicidios… Cosas de las que no estamos hablando lo suficiente y que tienen un gran componente de homofobia interiorizada. Y no lo digo desde fuera, sino en primera persona; yo estuve metido en todo eso y no lo juzgo. Pero creo que la homofobia interiorizada y sus peligros es algo que deberíamos poner sobre la mesa en la comunidad”.
La homofobia interiorizada pierde fuerza cuando se identifica como un problema común
En lo colectivo, las ideas preconcebidas tienden a deshacerse. Para Morales, “la homofobia interiorizada pierde fuerza cuando se identifica como un problema común y como una experiencia que no se recorre en soledad. Para eso me ha servido siempre recurrir a la cultura, en busca de voces que pusieran en claro lo que yo no sabía nombrar, o en busca de mujeres que pasaban por lo mismo que yo”. La periodista echa de menos “haber tenido ese grupo de amigas lesbianas y bisexuales con el que sé que muchas mujeres cuentan. Estoy segura que en esas conversaciones que imagino, quizás fantasiosamente, hay mucha posibilidad de sanación y mucho acompañamiento”.
La bifobia existe
Si la homosexualidad, masculina o femenina, está cargada con fuertes ideas negativas, las personas bisexuales acarrean un peso añadido, el de los prejuicios –también por parte de personas del colectivo– hacia una orientación que se ve como ‘una fase’, ‘no tener las cosas claras’ o el rechazo hacia una homosexualidad que no se quiere reconocer. Nacho Elpidio, autor del libro 'Bifobia' (Editorial Egales), explica que la “principal diferencia con la homofobia interiorizada es su mayor invisibilidad: los estereotipos sobre la bisexualidad siguen campando a sus anchas y no despiertan necesariamente la repulsa que puede despertar la homofobia. Por este motivo es más fácil que una persona bisexual reproduzca la bifobia sin darse cuenta de lo que está pasando”.
Las ideas preconcebidas “sobre las dudas o la inseguridad, o sobre una monosexualidad –atracción hacia un solo género– oculta” se convierten rápidamente en juicios de valor hacia la vida sexoafectiva de las personas bisexuales, a las que se exige “alternancia de parejas sexuales o románticas de distintos géneros, y la promiscuidad como obligación” para acreditar su condición.

¿Qué percepción tenemos de una persona bisexual que solo ha tenido parejas de un solo género? ¿O que no tiene un deseo demasiado explícito? “Una persona bisexual o plurisexual puede tener dudas o no (como cualquiera), puede ser promiscua o no, y puede tener relaciones afectivosexuales con personas de más de un género (o cualquiera), o no”. El problema es cuando la bifobia interiorizada lleva a la persona a “verse mal, a exigirse demasiado, a no estar a gusto”, explica Elpidio.
Para el escritor, “comentarios estereotipados, expectativas negativas, el rechazo las personas bisexuales como parejas sexuales o románticas y la falta de una representación cultural diversa” conforman esa “lluvia fina constante de la bifobia, menos evidente que el conjunto de agresiones brutales que acaparan la atención mediática”.
Superando los prejuicios
“Lo sepamos o no, caminamos por la vida con una herida supurante que, a veces, como me ocurrió a mí, te conduce a la autodestrucción”, confiesa Javier Giner. Y cree que, “aunque hayamos salido del armario, aunque vivamos nuestra vida de manera libre, si no hay un trabajo sobre uno mismo para solucionar cosas, si no hay un interés de mirar hacia adentro para cicatrizar y elaborar y nombrar, esa herida sigue abierta e influye en todo lo que hacemos”.
¿Cómo lograrlo? Marina Pinilla cree, como dice el refranero, que más vale prevenir que curar: “lo ideal es prevenir la homofobia interiorizada, educando a los niños de una forma respetuosa para que vivan su afectividad y sexualidad sin prejuicios, sin sentirse raros y sin miedo a compartir sus dudas”. A través del conocimiento de otras realidades –“hoy en día hay un sinfín de recursos, desde asociaciones LGTBIQ+ hasta podcasts en los que se combate la homofobia y la transfobia”– y un trabajo sobre la autoestima.
“Es vital que de todo esto se hable en la escuela. Porque todos los que somos ‘diferentes’ ya vivimos adoctrinados las 24 horas por la mayoría”, concluye Giner: “es vital que alguien, desde pequeñitos, no explique que, aunque seamos diferentes, nosotros también somos valiosos y somos suficiente. Si no, crecemos creyendo lo contrario”.