Estudiar un máster en el extranjero: el plan B después de la universidad


Las ventajas a futuro se tornan más claras una vez se toma la decisión.
El coste de la vida, nuestro conocimiento del idioma, las tasas universitarias, la gratuidad o el prestigio del centro son aspectos a tener muy en cuenta.
Si hace unos años quizá tuviste que elegir carrera en función de tu vocación (papá, mamá, miradme, ¡quiero dirigir documentales!) o atendiendo a perspectivas profesionales más prometedoras (hija mía, hazte ingeniera, tu cuenta del banco chispeará como la lluvia), ahora llega el momento de tomar otra: escoger tu especialización.
La zona de confort dicta que quizás podrías quedarte en España y seguir en pijama, pero dar un giro a tus estudios con un máster en el extranjero es una opción más que interesante.
MÁS
Adaptarse o morir
Estudiar un posgrado fuera puede darnos ciertas ventajas laborales, académicas y competitivas. A futuro, eso sí. Quizá no sean evidentes en el momento de tomar la decisión. Tengamos en cuenta que el nivel de ciertas universidades españolas es de calidad similar al de otras universidades extranjeras, y si se trata de obtener una buena formación académica, en ambos supuestos podemos quedar satisfechos. Siempre dependerá del máster que escojamos, del prestigio del centro que lo imparte y de la posibilidad de realizar prácticas, entre otros aspectos que tenemos que exigirle a cualquier formación superior, sea aquí o allí.

La ‘letra pequeña’ ya es otra historia. Dominar otro idioma nos abre drásticamente el campo de juego en el que nos moveremos a la hora de buscar trabajo. A esto hay que sumar el aprendizaje que implica introducirse la selva de otros sistemas educativos, establecer relaciones laborales y académicas fuera de esas fiestas Erasmus desenfrenadas de las que no recuerdas nada al día siguiente y, en definitiva, la amplitud de miras y la capacidad adaptativa que alcanzaremos si cruzamos la frontera. Los recruiters suelen fijarse también en este grado de experiencia que, por suerte, nos ha sacado fuera de la zona de confort y nos ha llevado a comprender que hay otra vida profesional fuera de aquí.
Handicaps
Papeleo, papeleo, papeleo y dolores de cabeza. Ahí están los trámites y preparativos necesarios antes de marcharnos. Deberíamos ir con la lengua a punto, al menos, el inglés, para poder desenvolvernos al principio. También tendremos que comprobar si nuestro título va a ser homologado por la universidad extranjera. El portal ENIC-NARIC, para la movilidad de los jóvenes europeos, dispone de información sobre estos trámites.
Si nos fijamos en una universidad americana, el proceso se complica un poco más. Nos tocará hacer el ‘Statement of Purpose’, un documento muy parecido al ensayo que se realiza en muchos MBA para explicar al comité de admisión algo parecido al “qué quieres ser de mayor” (qué esperas del posgrado, cómo te ves en el futuro). Habrá que aportar nuestro currículum, alguna que otra carta de recomendación, el expediente académico (con una nota media alta en muchos casos) y una certificación del TOELF con un puntaje por encima de 80 puntos, y 90 en algunos centros.

Cada universidad y país tendrá sus trámites, y prepararse para requiere tiempo y planificación. Desde cierto punto de vista, otra ventaja más para nuestro yo laboral futuro: la resiliencia.
¿Y el dinero?
La legislación comunitaria europea es clara en este sentido, ya que un estudiante de cualquier país de la Unión tiene plena capacidad para cambiar de escenario y matricularse en la universidad de otro. En varios, el máster tiene un coste similar al que tendría en nuestro país; en otros como Alemania, Suecia, Finlandia, Dinamarca o Eslovenia puede salir incluso gratis. Solo hay que computar las tasas administrativas, generalmente baratas, por debajo de los 100 euros.

El equilibrio no es fácil. La gratuidad es ambrosía para el oído, pero tenemos que pensar en el coste de la vida (manutención y alojamiento) del país al que vamos a estudiar. En algunos de estos territorios, como Noruega, equivaldría a conseguir sangre de unicornio ungido.
En general, es mucho más asequible estudiar un máster en varios países Europeos que hacerlo, por ejemplo, en una universidad de Estados Unidos. El prestigio les precede. Solo hay que fijarse en los rankings de mejores universidades a nivel mundial para dar con Harvard, Stanford, Berkeley, Columbia o Yale.
Salvo si nuestra familia “tiene tierras” y podemos permitirnos la elección de uno de estos centros, habrá que pensar en obtener alguna beca que nos permita cubrir los elevados gastos de estudiar en el país de la libertad. Pedirle a los reyes magos una beca Fullbright, por ejemplo, o alguna de estas si decidimos ignorar los Estados Unidos y fijarnos en más países: Becas MEC, Fundación Barrié, Fundación Ramón Areces, Obra Social La Caixa, Becas Santander o Fundación Carolina, entre otras.