O sea, de qué vas, en plan o super fuerte: las muletillas que se dicen casi sin pensarlas


Tenemos muchísimas muletillas a mano, y es una realidad: las repetimos demasiado al hablar
Un exceso de muletillas lleva a la 'lengua pobre': una conversación que se embarranca y no se entiende. En su justa medida no son graves
Demos gracias por las ficciones bien acabadas y pulidas donde los personajes encadenan sus grandes frases sin tropezarse en sus propios vicios lingüísticos, sus repeticiones y sus muletillas. La vida es otra cosa. Nuestra forma de hablar pierde aceite y varias tuercas cada vez que intentamos ordenar un discurso sin caer en unas cuantas zanjas. A todo el mundo le pasa, que tiene sus muletillas.
Al hablar, nos repetimos defectuosamente más que un chicle haciendo el mismo globo, y así suele reflejarlo la entropía y la redundancia en nuestro baúl de las frases socorridas y las bengalas en cualquier conversación. Nuestro discurso se parece, en ocasiones, a un arca de Noe repleta a reventar de recursos calcados: o sea, sí; esto… ¿qué te iba a decir?; vaya tela; Nube, tía.
Hoy te hablamos de las muletillas más comunes.

¿Qué son las muletillas?
Esa palabra ya tiene un poco de Pepito Grillo, de asidero cuando el hablar se embarranca. Muletilla, o diminuto apoyo con el que sostener un momento lo que decimos. ‘Imagínate’. ‘Venga, que no’. ‘Por decirlo de alguna manera’, ‘¿estamos?’. Su nombre real es mucho más frío en la gramática del español moderno. Se llaman marcadores discursivos, bastante menos estudiados, por cierto, que otras especies más famosas en la jungla de la lengua: adjetivos, sustantivos y verbos.
La RAE ya advierte sobre la naturaleza de las muletillas. Las repetimos, las repetimos mucho, son esa moneda de cambio en toda conversación que refleja nuestra condición humana, redundante e involuntaria. Las usamos para apoyar nuestro discurso, remarcar una opinión, generar empatía en nuestro interlocutor, coger turno para hablar, matizar si nos da miedo ser malinterpretados, entre otras muchas pretensiones silenciosas. El lenguaje, y las muletillas, siempre se adaptan y reinventan. ‘Bua, ni te imaginas, en plan, una pasada’.

Gozan además de un matiz muy particular para cada uno. Conocerás a una persona por su casa, sus infidelidades, su feed de Instagram, sus mentiras piadosas y las muletillas que repite como si estuviera rezando cuando te explica por qué la noche pasada, después de veinte cervezas, tiene algunos huecos que le gustaría rellenar.
Algunas muletillas, las que se propagan como una enfermedad según el año, son automatismos (casi siempre, involuntarias) hijos de la moda del momento: ‘o sea, de verdad’; ‘te lo juro por Dios’. Claro que aquí nos tocaría entrar en el debate de si son necesarias y aportan gracejo, o si en realidad solo enmascaran una forma de hablar un poco torpe, con más agujeros que un gruyere. La famosa ‘pobreza lingüística’, que dice la RAE de forma mucho más elitista.
Se lo perdonamos por los nombres que le ha dado a los diferentes tipos de muletillas, que antiguamente se llamaban ‘bordones’. Consciente o inconscientemente, parece que desde antiguo los seres humanos hemos tenido claro que al hablar necesitábamos bordones, bastones, muletas, o sillas de ruedas para que el hablar no se fuera de fiesta.

Las muletillas más comunes
Al español no le gana nadie en el despliegue enriquecido de términos para dar imagen de dónde necesita ayuda para seguir hablando. La muletilla siempre se usa en función de lo que vaya a producir en la conversación: empatía, turno de palabra, comprensión.
Según explica la Fundeu, tenemos los ‘latiguillos’, por ejemplo, que son las que se ponen de moda sin que nadie entienda muy bien por qué. Algunos duran y son difíciles de matar: ‘digamos que’, ‘es un amor tipo escafandra, de los que no te enteras’. Otros vienen de un anuncio y se perpetúan en nuestras cabezas: ‘Pues va a ser que no’, ‘pa habernos matao’, 'de qué vas‘. Están los latiguillos para los tímidos: ‘pues nada’, como secreto signo de humildad, cuando apetece rebajar un poco la intensidad de lo que estamos diciendo.
Hay otras muletillas eufónicas y gustosas de nombrar, las ‘empuñaduras’, más un marcador discursivo para dar pie a narrar que una muletilla en sí: ‘érase una vez’, la fórmula más célebre para empezar cualquier historia. Puro amor al storytelling.

Los ‘timos’, por último, tienen algo de eso, de estafa. Son cíclicos en cada discurso y aparecen cada cierto tiempo sin variación posible: 'en plan', '¿sabes?'.
Casi todas las muletillas, latiguillos, bordones y empuñaduras en realidad están vacías de contenido y no aportan significado a la conversación, más allá de sostener los espacios vacíos entre frase y frase. Con todo, y aunque un discurso limpio de polvo y paja, bien articulado, es una delicia, no tienen nada de malo en su justa medida. Solo cuando la repetición de los marcadores discursivos es muy exagerada entramos en el terreno de la ‘disonancia’. Es ahí cuando debemos preocuparnos. Hemos embarrancado. Ya no nos entiende nadie cuando hablamos:
‘Pues fíjate que no lo conozco, bueno, o sea, yo es que sinceramente me acuerdo de pocas caras, en fin, ya sabes, que no me sonaba, me entiendes, ¿no?’.