No me hablo con mi familia y así ha afectado a mi vida

Durante toda nuestra vida, especialmente cuando somos más pequeños, la familia es un determinante importantísimo en nuestra conducta y en nuestro desarrollo. A medida que crecemos nos independizamos física y económicamente, pero siempre mantenemos ese vínculo emocional y social con nuestros familiares. Si bien esto es positivo en la mayoría de los casos, hay excepciones.
Cuando nuestro mejor amigo empieza a salir con una persona que no le conviene y que está perjudicando su salud psicológica, no dudamos al recomendarle que se aleje. En cambio, cuando la persona que le provoca sufrimiento es de su familia, hay una tendencia bien distinta: "bueno, intenta no hacerle caso", "aguanta, es tu madre", "no se lo tengas en cuenta, lo hace porque te quiere", etc. Frases como las que acabamos de ver están tremendamente normalizadas, minimizando el malestar que se sufre en una familia conflictiva y perpetuando el sufrimiento.
No estamos hablando de una madre que te echa la bronca por suspender ocho asignaturas o de un padre que se cabrea porque le has cogido el coche sin su permiso, estamos hablando de un patrón de críticas constantes, ataques a tu autoestima y ridiculización. Ante esta dinámica tan disfuncional mi recomendación es clara: si has intentado ponerle remedio y nada cambia, pon distancia.

Romper con la familia
Algunas personas deciden pasar y limitar los encuentros a celebraciones como Navidad o algún que otro cumpleaños. En cambio, otras deciden poner tierra de por medio y cortar toda comunicación. Este último es el caso de Ismael, que al cumplir los 18 años cortó toda comunicación con su familia:
El caso de Ismael
"Mi nombre es Ismael, aunque todos me llaman Isma y ahora mismo tengo 24 años. Si no me fallan las cuentas hace 6 años que no me hablo con mi familia. Esta decisión fue la más dura que he tomado en mi vida sin duda, pero a la vez la que más me ha ayudado a ser feliz y a poder avanzar.
Mi madre murió por culpa del cáncer de páncreas cuando yo era muy pequeñito así que no la conocí y desde los 3 años me criaron mis abuelos maternos. Sin duda ellos han sido mi familia durante este tiempo y ojalá siguiesen vivos, pero cuando yo tenía 13 años mi abuela murió por un problema cardíaco y 2 años después murió mi abuelo, que ya era muy mayor. En ese momento yo empecé a apañármelas solo porque mi padre apenas pasaba por casa. Por la mañana él se quedaba durmiendo y por la tarde trabajaba. Al salir de trabajar se iba al bar y yo no sé ni a qué hora llegaba.
Un día mi padre tuvo un golpe con el coche (yo creo que por conducir habiendo bebido, pero no me quiso contar nada) y se lesionó el hombro. Empezó a encadenar bajas laborales incluso cuando ya se curó del todo, así que empecé a pasar más tiempo con él en casa. Sinceramente prefería cuando estaba yo solo.
Mi padre además me trataba mal. Me llamaba inútil y fracasado y en cada discusión me recordaba lo mucho que se arrepentía de haberme tenido. Podría entender esto si yo le hubiese dado motivos, pero jamás suspendí una asignatura y nunca tuve problemas ni de drogas ni nada.
No le pedía dinero porque me apañaba con lo que había ahorrado de las pagas de mis abuelos y la pensión de orfandad. Incluso cuando necesité clases particulares de matemáticas me las apañé por mi cuenta. Vaya, que no le daba motivos para tratarme así.
Cuando cumplí los 16 años me cansé de hacerle la comida y de limpiar la casa mientras él estaba tirado en el sofá con su cerveza o en el bar. Empecé a pasar. Eso le cabreó mucho y se cebó todavía más conmigo. Alguna vez llegó a las manos, sobre todo cuando llegaba de noche y yo seguía despierto. Supongo que con mi madre también lo hacía, pero yo era pequeño y no me enteraba de nada, y mis abuelos jamás me dijeron nada porque no querían posicionarme en contra de mi padre.
Me pasaba el día entero en la biblioteca y toda excusa era buena para dormir en casa de algún amigo. En verano intentaba ir a los campamentos del barrio y cualquier cosa que implicase estar fuera para no verle.

Cuando acabé el instituto me puse a trabajar todo el verano para ahorrar y poder estudiar en otra ciudad, y después durante el primer año de universidad estuve también trabajando en bares. Por suerte también tenía ahorros de la pensión de orfandad (aunque mi padre había gastado parte de mi dinero).
Cuando llegaron las vacaciones de Navidad el primer año de carrera tuve que decidir entre volver a casa con mi padre y pasarlas yo solo. Me quedé en mi piso de estudiantes y fueron las navidades más felices desde que mis abuelos estaban vivos. Después de esto, la relación con mi padre se enfrió totalmente y aunque al principio él hizo algún amago de llamarme y ponerse en contacto, yo preferí no contestarle.
No he vuelto a mi ciudad porque me trae malos recuerdos y no tengo a nadie allí. Mis amigos estudian fuera y aprovecho para verlos en sus nuevas ciudades o vienen ellos a verme. Mis abuelos ya no están y la única familia que me queda por parte de mi madre es un tío que vive fuera de España y que tampoco ha intentado nunca mantener el contacto. Luego por parte de mi padre no me llevo con nadie porque él tampoco se llevaba con ellos. Además, me duele que la familia de mi padre, sabiendo como es él, jamás se preocupase por mí.
Tengo muy claro que mi familia de verdad es mi novia y mis amigos. Suena a tópico, pero es así. No le debo nada a mi padre porque él jamás ha cuidado de mí, y es muy liberador decirlo en alto."
Si estás sufriendo una situación de violencia en tu casa y eres menor de edad, puedes ponerte en contacto con la Fundación de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR) a través del teléfono 900 20 20 10. Es gratuito y confidencial y ofrece asesoramiento ante casos de bullying escolar, maltrato, violencia de género, etc.