Más allá del cepillado de dientes: soluciones para que el mal aliento no mate las relaciones sociales


Una correcta higiene bucal es fundamental para mantener nuestro 'aliento del infierno' a raya
La gran olvidada es la lengua: también hay que rasparla
En boca cerrada no entran moscas, aunque hay algunas que ya las tienen dentro vivitas y coleando, a juzgar por la putridez tóxica que emana de ellas. Es como si el pantano del hedor eterno de aquella película, ‘Dentro del laberinto’, hubiera revivido en el interior de un ser humano. Polisía, socorro, no puedo bloquear mis fosas nasales con el polvo blanco que se ponen los forenses para examinar cadáveres, tengo que seguir tomando café con este sujeto.
Reconocerás los términos por la inventiva con la que pueden ser susurrados: Halitosis, mal aliento, hedor insepulto de zombie, boquino podrido, tufo bucal.
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Te contamos por qué y cómo atajarlo.
Causas de la halitosis
Fuera de bromas humornegristas propias de articulistas de moral laxa, la halitosis es un problema que puede provocarnos escenitas si lo sufrimos. No es agradable y da vergüenza, especialmente cuando se vuelve algo crónico que condiciona nuestros encuentros sociales.
Hay una multitud de causas que pueden variar en una persona u otra, y que de darse todas juntas pueden darnos un aliento propiciador de pesadillas en nuestros semejantes.

Comida. Cada vez que comes y no te lavas los dientes, como te decía ese señor dentista al que le tenías miedo, se te quedan restos de alimentos en lugares inaccesibles. Después se van pudriendo, levantan la mano, conversan, se reproducen, mueren. Ni metafóricamente ni científicamente es sostenible tener a tres padres muertos dentro de la boca, así que mejor si te cepillas al menos una vez al día, y ni siquiera.
Medicinas. Las que provoquen sequedad de boca harán que como efecto secundario tengas esa sensación de saliva pastosa y erial, y esto puede derivar en el mal aliento.
Encías inflamadas, ya que la placa se acumula en los huecos a los que no llega el cepillo.
Tabaco y productos derivados, por el daño a tus pobrecitas encías enfermas.
Infecciones de la boca, nariz y garganta y estómago: desde un reflujo por una ingestión gástrica al goteo nasal de un resfriado o ese moco con tanta alegría que tragamos cuando vienen las épocas de alergia.
El problema suele venir cuando creemos que las herramientas que hay a nuestra disposición son eficaces para combatir esta halitosis crónica que lo mismo hace llorar a los niños que nos fastidia el postre en una cita romántica o en una proposición de matrimonio. Sí, cariño, me casaré contigo, pero lávate la boca que el maitre se ha desmayado cuando nos trajo el pato.

Chicles, pastillas mentoladas, enjuagues bucales, pasta de dientes con composiciones de efectos cuestionables. A veces, nada de esto parece funcionar. Suele ocurrir porque no sabemos atacar el problema desde la raíz: hay que cambiar nuestros hábitos bucales, renovar el fondo de armario de la limpieza de dientes.
Que una de cada cuatro personas sufra el problema del aliento insepulto se debe, ni más ni menos, a que se lavan mal la boca y a destiempo.
Quitar el mal aliento
Lo primero que podemos hacer para tratar este problema es acudir al dentista, que no sólo es experto en usar ese torno maravilloso para sacarle un sonido infernal y ponerlo todo perdido con nuestra sangre. También puede darte pautas y hasta evaluar el olor que emana de tu boca en una escala raspando la parte posterior de tu lengua. Es mejor saber a qué nos enfrentamos, querido Watson.

Una vez el dentista establezca la causa, nos recomendará algún tratamiento. Esto dependerá también de si no tenemos ningún problema con las encías, lo normal, o si sufrimos de periodoncitis o gengivitis, en cuyo caso el profesional nos dirá cómo tratarlas. En estas afecciones bucales, las encías se retraen o se infectan por los restos de comida y placa que quedan alojados en los huecos.
Seguramente también nos enseñará cómo mejorar nuestros hábitos de limpieza bucal. Aquí te damos algunos.
Cepillado de dientes (y lo que no son los dientes): al menos dos veces al día con un buen dentífrico con flúor. Recomendable ser estrictos con esto: después de cada comida, una lavadita de piños.
¿Basta solo con los dientes? Pues no, porque hay restos de comida que se quedan atrapados donde no llega el cepillo. Unos cepillos interdentales (los venden en farmacias) o una técnica asesina y depurada en el uso del hilo dental van a ayudar a sanar las encías si estamos cerca de morir de gengivitis y a eliminar esos restos de placa que se han quedado atorados en lugares donde no llega ni siquiera la mano de Dios. En resumen: dientes, sí, con el cepillo; pero también encías.
La lengua. Aquí es donde la mayoría de los halitosos fallan. Son bocaplanistas, creen que las bacterias hacen sus bailes de fin de curso únicamente en los dientes. Pero no, las bacterias también se posan (y acumulan) en la lengua, y para eso existen cepillos que tienen una cara para cepillar y otra para raspar la lengua y sacar petróleo de ahí. Solo tienes que fijarte en el color de la superficie y compararlo con el de los laterales. Si tienes bacterias acumuladas, tu lengua tendrá un color más oxidado y blanquecino. Es fácil de ver.

Lo más útil es hacerse con un raspador de cobre, o incluso con una cuchara, si no queremos gastarnos dinero. Hay que tomar aire para que no nos entre la arcada, y entonces raspar la superficie de la lengua. Te sorprenderás de los tesoros ancestrales que pueden estar posados ahí.
Es recomendable también mantener la boca hidratada para acabar con la sequedad, reducir en tu dieta los alimentos que provoquen mal olor (ese ajo maravilloso, esa cebolla picantona) y acudir al dentista con regularidad para una limpieza de boca.
Si el problema persiste y ‘boca de musgo’ es nuestro nuevo mote, un colutorio nunca viene mal.
Suerte en tu cruzada. Que las rosas y los aromas florales se posen de nuevo entre tus dientes.