¿Se están burlando de las mujeres o "la feminidad" los gays cuando hablan en femenino?

Que algunos hombres gays hablemos en femenino tiene un significado y una intención
"Comunicarnos y comportarnos rompiendo las reglas del género es un paso fundamental para deshacernos de sus cadenas"
Cada cierto tiempo, Twitter se inunda con el debate sobre si está bien o mal que los hombres homosexuales nos refiramos a nosotros mismos en femenino. Un sector minoritario pero ruidoso del feminismo asegura que al hacerlo estamos burlándonos de las mujeres, o al menos ridiculizando la idea de feminidad, convirtiéndola en una broma. Como siempre, la realidad es más compleja que un retuit.
Para entender el debate, lo primero en lo que hay que pensar es qué mecanismos activamos cuando una persona usa el femenino donde lo “natural” o lo “correcto” sería hacer uso genérico del masculino. Aunque el sistema patriarcal ha establecido que el masculino sirva de manera universal (una mujer diciendo “todos nosotros” es lo normativo y lo correcto lingüísticamente), ahora nos encontramos en mitad de un interesante debate sobre cómo la lengua y sus géneros se están superando por parte de algunas minorías.
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Usar el femenino como género neutro (que un chico diga “todas nosotras”) o verbalizarse a una misma en femenino cuando el sistema te lee como hombre tiene una intención, que añade a las palabras o a las vocales con que terminan una dimensión política; aquella que reconoce el género femenino como un espacio propio y que acoge a todos, no como un complemento o lo apuesto del universo masculino, que es el que se supone que nos engloba por definición.

Históricamente, la comunidad gay ha plantado cara a los roles de género que el cisheteropatriarcado nos impone cuando nos lee como hombres. Todos tenemos muy claro lo que significa “ser un hombre” o “comportarse como un hombre” desde que somos pequeños, y eso no es inocente. El sistema nos invade desde antes de nacer, indicándonos qué colores, qué actividades, que movimientos corporales, qué reacción antes las emociones nos corresponden, según nos lean como hombre o como mujer.
Frente a eso, los hombres homosexuales hemos conquistado territorios que el sistema entiende como “femeninos”: celebrar nuestra pluma, relacionarnos con nuestras emociones, poner atención a los cuidados o utilizar convenciones sociales “femeninas” –cuidados estéticos, maquillaje, ropa llamativa…– han sido las formas de visibilizar nuestro rechazo a la idea de masculinidad. Es nuestra manera de presentarnos frente a los demás estableciendo un diálogo en el que los géneros predominantes están en cuestión.
De hecho, la opresión y la violencia que recibimos es, de manera casi absoluta, por ser “femeninos”, no por ser homosexuales. Los insultos, el desprecio, la invisibilidad, la culpa y la vergüenza vienen cuando el sistema nos considera un “fracaso de la masculinidad”, no un sujeto que desea a otros hombres. La vida de un gay “masculino” –sin pluma, sin comportamientos que pongan en cuestión el género– se parecerá más a la de un hombre heterosexual que a la de un marica con pluma. De hecho, este marica con pluma recibirá violencia aunque jamás se enamore y aunque jamás se acueste con otro chico. Porque lo que “está mal” es nuestra expresión de género, en mayor medida que nuestra orientación sexoafectiva.

Por todo lo anterior, hablar en femenino es una capa más (una muy accesible y que permite una conexión rápida) que nos permite conocernos y reconocernos, que tiende puentes hacia aquellas personas que también rechazan de la idea hegemónica y binaria de género. Un chico que usa el femenino está bajando las barreras de lo normativo, está reconociéndose como sujeto que escapa del sistema sexo-género y de su binarismo, que nos empuja a un lado (hombre) o a otro (mujer) por el hecho de nacer con unos u otros genitales.
¿Hablar en femenino es una burla hacia las mujeres?
Nos criamos y vivimos en un mundo machista, homófobo, racista, clasista. Pertenecer a una minoría no elimina la educación que hemos recibido, y por supuesto ser gay no hace que el machismo se esfume automáticamente. Es más, ser homosexual ni siquiera nos elimina la homofobia, sino que somos nosotros los que a través de la deconstrucción y el esfuerzo consciente nos vamos quitando de encima esa homofobia interiorizada tan presente, y que provoca que los hombres gays nos rechacemos entre nosotros.
En la comunidad gay hay machismo, y en el uso del femenino en el lenguaje también puede haberlo. Algunos tópicos, como hablar de “pasivas” y no pasivos cuando nos referimos a los chicos que ejercen en la penetración el rol asociado a “lo femenino”, son sin duda restos de un sistema que nos hace considerar denigrante ser algo “parecido a una mujer”. Pero esos usos del lenguaje no deberían distraernos del conjunto, del uso del género gramatical femenino como marca de nuestra disidencia consciente y colectiva frente a los opresivos roles de género.

Del mismo modo, el mundo del drag es repetidamente atacado con los mismos argumentos. Hay quien considera que una travesti está parodiando la feminidad o apropiándosela de manera injusta, en un ejercicio similar al 'black face' (los blancos que se pintan la cara de negro). Con una tradición de siglos, el drag siempre ha sido un arte performativo que incluye el género como ingrediente de aquello que presenta a la sociedad.
Cuando un hombre hace un espectáculo con los elementos que la sociedad asigna a lo femenino, está jugando con la performatividad del género: con la idea de que las cosas que hacemos para “ser hombres o mujeres” no son más que una representación, un comportamiento que se puede subvertir. De hecho, el travestismo ha sido la vanguardia del cuestionamiento del género. Si hoy no es raro encontrar a chicos maquillados o con las uñas pintadas, es porque las pioneras travestis llevan haciéndolo décadas sobre los escenarios.
Rechazar que las personas leídas como hombres se comporten o se verbalicen a través de la feminidad es lo que verdaderamente refuerza el sistema cisheteropatriarcal. Si levantamos barreras que nos impidan experimentar los códigos de género que no nos corresponden según el sistema, será imposible poner en cuestión de manera práctica la idea misma de género. Comunicarnos y comportarnos rompiendo las reglas del género es un paso fundamental para deshacernos de sus cadenas.
No hay que olvidar que la lucha LGTBIQ+ es una derivación del feminismo: comparten estrategias, objetivos y enemigos comunes. Todos los puntos de unión entre sus sujetos son positivos, y para tender esas uniones lo primero que necesitamos es reconocernos entre nosotras. El uso del femenino es por lo tanto un modo más de construir un espacio alternativo al sistema hegemónico y normativo. Un modo tan sencillo que solo necesita una vocal.