Ya no sabemos aburrirnos: las consecuencias de no parar de hacer cosas

Sentimos la obligación de estar al día con todo: series, películas, sitios de moda para no sentirnos excluidos
Siempre tenemos que hacer algo para mantener a raya las emociones que nos asustan cuando paramos
Trabajo, estudios, mails, exámenes, reuniones, llamadas, fechas límite, repasos de última hora… Desde el instituto hasta la carrera laboral, nuestra vida diaria es una serie interminable de obligaciones durante un mínimo de ocho horas al día. Una cadena que nunca acaba: siempre se tiene que hacer algo más o algo mejor, siempre se pueden sacar mejores notas, obtener un puesto mejor, ganar más dinero o llegar más alto. La presión por ser más, más y más nunca acaba.
Y cuando salimos de las clases o de la oficina, cambian los escenarios pero no los objetivos. Hemos convertido el ocio en una nueva oportunidad para competir. Sentimos la obligación de seguir todas las series de moda al día, para no sentirnos excluidos de las conversaciones con nuestros amigos o en redes sociales; no podemos perdernos la película de moda si queremos entender las referencias de los memes que nos mandan cada día; hay que conocer los sitios de moda y los restaurantes más populares; viajar a los destinos que vemos en las stories de nuestros amigos… No nos podemos permitir parar, siempre hay que estar haciendo algo.
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La productividad, valor máximo
Los podcasts se están convirtiendo en una de las formas de entretenimiento dominantes en Internet. Pues bien, herramientas como iVoox o Spotify permiten escuchar estos programas de radio digital hasta al triple de velocidad, con el objetivo de escuchar más en menos tiempo. Lo mismo ofrece desde hace años YouTube en sus vídeos. Lo cual es bastante indicativo de la relación que estamos entablando con lo que debería ser entretenimiento o esparcimiento: queremos más en menos tiempo, para poder acumular cuantos más contenidos mejor. Porque la amenaza del aburrimiento siempre está ahí, y parece un delito o un pecado.
Mónica Rodríguez Zafra es profesora titular en el Departamento de Psicobiología de la UNED, y ha estudiado ese componente psicológico de la meditación. Sobre el hecho de detenerse, le gusta precisar que “aburrirse y no hacer nada, no es lo mismo. Quizás las personas que piensan que sí lo es son las que pueden tener dificultad para parar, porque creen que eso las llevará al aburrimiento. Cuando nos sentimos aburridos, “es muy probable que, si podemos hacer un trabajo de introspección en esos momentos, nos demos cuenta de que ese estado de aburrimiento suele ser la manifestación de muchas emociones que nos asustan, como por ejemplo miedo, soledad, falta de conexión interior o con los demás”.
Esta especialista cree que "la razón por la que rechazamos la idea de ‘no hacer nada’ es el miedo a: si no estoy haciendo nada, ¿qué podré llegar a sentir?". Además, reflexiona, “¿qué significa en nuestra sociedad y en este momento ‘no hacer nada’? Entendemos ese estado como la posibilidad de estar en el día a día –sin estar con la mente totalmente llena de conversaciones internas a la que llamamos pensamientos: planes con respecto al trabajo, las vacaciones, relaciones personales, argumentaciones y contra-argumentaciones–, porque pensamos: si no ocupo mi mente con todo eso, ¿qué me podría pasar?”.

Y si evitamos esos pensamientos prácticos, “¿no aflorarían en mis sensaciones, emociones, sentimientos, recuerdos? Y más aún, ¿qué siento ante esta posibilidad? ¿Me asusta? ¿Me inquieta? Muchas veces no podemos dejar de estar permanentemente ocupadas y ocupados porque con ello evitamos sentir”.
Pararse a pensar
La profesora Rodríguez cree que “al dejar de sentir lo que nos produce dolor o malestar, bloqueamos también las emociones que nos hacen sentir bien y conectados con nosotras mismas, con nosotros mismos y con los demás. Y utilizamos, sin darnos cuenta, la excusa de estar muy ocupados para evitar todo este mundo interno que nos asusta”.
Frente a la espiral infinita de trabajo y ‘ocio profesionalizado’, ¿qué alternativas tenemos? La meditación es una técnica milenaria que atraviesa las diferentes culturas del planeta. Sea de manera religiosa y más enfocada a ‘hablar con dios’ o algo mucho más terrenal como desocupar el cerebro del torrente de obligaciones que nos asaltan a cada instante, cada vez es mayor el número de personas que practica alguna forma de meditación, que no es otra cosa que detenerse a intentar dejar la mente en su mínima actividad.
Mónica Rodríguez ha estudiado en profundidad la perspectiva psicológica de la meditación, una actividad “basada en la observación y en la introspección, y para la que por tanto necesitamos silencio. Un silencio que nos posibilita ir de nuestro interior al exterior y del exterior al interior, en un baile creativo e ilimitado de enriquecimiento personal. Algo apasionante de este silencio es que podemos encontrarlo en el metro, paseando o tomando un café mientras miramos por la ventana o mientras nos sentimos. Ese silencio está al alcance de todas las personas”.

Aprender a detenerse
¿Qué logra el cerebro cuando se aísla durante un rato del ajetreo constante? Para Rodríguez, esa “atención consciente a nuestro mundo exterior y a nuestro mundo interior, en palabras que utiliza Fernando Rodríguez Bornaetxea en su reciente libro 'Mindfulness: La atención consciente', nos va permitiendo alcanzar sabiduría. Creo que es muy importante recuperar en nuestro vocabulario esta palabra, sabiduría, frente a la acumulación de conocimiento. Necesitamos saber y necesitamos reflexionar sobre lo que sabemos, y para eso necesitamos parar de un tipo de actividad mental y activar otro tipo”.
Y eso es lo que facilita el ejercicio de la meditación, “que nos ayuda también a darnos cuenta de que no somos el contenido de nuestra actividad mental, porque si podemos observar lo que pensamos, o que sentimos, cómo son nuestras relaciones personales… podemos llegar a la conclusión de que somos el que observa todo eso. Y lo observado y el observador no son lo mismo… somos mucho más. Este es el gran descubrimiento que nos abre el camino”.

Para empezar a andar ese camino, Mónica Rodríguez concluye que "algunas claves podrían ser poder permitirnos la soledad creativa, el encuentro con nuestro interior: preguntarnos ¿qué siento?, ¿qué siento al sentir lo que siento? ¿Qué me integra en lo profundamente humano conmigo y con los demás? ¿de qué me doy cuenta?". Las respuestas esperan en el interior de cada uno de nosotros.