Cuestión de empatía: más del 60% de las personas bosteza si ve a alguien hacerlo

Para regular nuestra temperatura, para oxigenarnos, para estar más alerta… hay varias teorías sobre el origen de los bostezos. Lo único cierto es que son muy contagiosos.
El 60% de las personas se contagian con los bostezos de otras. Este proceso es más habitual con familiares y amigos.
Estáis en la cola para entrar en la discoteca cuando, de repente, uno de vuestros amigos bosteza. Uno de esos bostezos sonoros que pronto se contagia entre todos, como un virus muy contagioso que llega sin avisar, y que amodorra a todos los allí reunidos. De repente todos tienen sueño y empiezan a caer como moscas: el primero se va a casa con la excusa de que ‘mañana madruga’, el segundo se raja porque ‘ya habrá más días’ y el tercero reconoce que nunca le apeteció salir, que lo hizo solo porque todos estabais de acuerdo, pero que ya no tiene sentido. Y tú te quedas ahí plantado, con ganas de fiesta, pensando en que un simple bostezo te ha fastidiado la noche.

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Este comportamiento, del que todavía no sabemos mucho, va poco a poco conociéndose mejor. Por ejemplo, sabemos que no es exclusivo de los humanos, sino que otros animales, como perros, monos o pájaros, también lo hacen. También conocemos que los bostezos son más habituales antes de dormir o nada más despertar, que se multiplican con el hambre o el aburrimiento y que bostezamos incluso antes de nacer, desde la semana 20 de gestación.
¿A quién y por qué?
Los bostezos han provocado curiosidad durante siglos y su origen y motivación ha provocado decenas de teorías. Una de ellas es la de la oxigenación, que viene de Hipócrates: el griego ya aventuró que bostezar servía para deshacernos del aire nocivo que entraba en nuestro cuerpo. En clave actual, no anda muy desencaminado: cuando se reducen los niveles de oxigeno en nuestro cuerpo, el bostezo permite contrarrestarlo. Sin embargo, muchos científicos rechazan esta teoría ya que, cuando nos vemos sin oxígeno, empezamos a respirar más rápidamente casi por norma.

Otra teoría muy extendida es la de la temperatura, que asegura que los bostezos regulan y ‘refrigeran’ el cerebro. Un estudio liderado por Andrew C Gallup para la Universidad de Princeton trató de demostrar esto, partiendo de la premisa de que la temperatura antes de dormir es la más alta de todo el día y que, al bostezar, conseguiríamos que el cerebro funcionase mejor. ¿La buena noticia? Que según esta teoría y de acuerdo a un estudio de la Universidad de Viena, con la llegada del verano bostezamos menos. ¿Para qué vamos a meter aire más caliente en nuestro cuerpo, ya de por sí caldeadito?
La última teoría es la de la activación: los bostezos ocurren, sobre todo, antes y después de dormir, o cuando estamos somnolientos. Al bostezar, aumentaríamos nuestro nivel de alerta.
Hasta la fecha, no hay un estudio concluyente que rechace ninguna de las tres. De hecho, habitualmente estas teorías conviven las unas con las otras.
Vale, ¿pero por qué se contagian?
El 60% de la población es sensible al contagio de los bostezos, es decir, suele bostezar al escuchar o ver a otra persona hacerlo. ¿Y por qué ocurre esto? Hay estudios que apuntan a la imitación: tal y como repetimos los gestos de alguien, cogemos el móvil cuando alguien nuestros amigos miran su whatsapp o comemos cuando vemos a alguien llevarse alimento a la boca. Digamos que, de acuerdo a esta versión, el bostezo se extendería como una forma de sincronía o contagio.

Pero la teoría más extendida es la de la empatía: nuestra capacidad para entender cómo se sienten otros nos lleva a ponernos en su lugar y, con ello, a reaccionar tal y como lo harían ellos. Muchas investigaciones apoyan esta versión. Algunos muestran que, cuando bostezamos, se activan los circuitos cerebrales relacionados con la empatía, y otros aseguran que el 60% de personas más propensas a contagiarse del bostezo suelen ser más empáticas. De hecho, es raro ver a un niño con este comportamiento antes de los cinco años, que es el momento en que desarrolla la capacidad empática. Además, estudios con bonobos (entre quienes también se contagian los bostezos) han demostrado que son más contagiosos entre amigos y familiares que con desconocidos, reforzando esta teoría.