Deflexing o que te hagan el vacío cuando propones una segunda cita: así es el nuevo ghosting de la generación Z


Es tan desagradable como el ghosting, y todavía un poco más sutil
Sospechas que tu cita no quiere volver a quedar contigo, pero no te lo dice abiertamente. ¿Qué hace? Cambiar de tema
Ese 'fantasma' que has conocido puede esfumarse de tu vida en cuanto te muestras dispuest_ a seguir conociéndoos
Si quieres navegar y cabulear por las aguas del amor, la alcoba y el swipe right de Tinder tienes que llevar un saco cargado de diccionarios, para que estos nuevos términos que han empezado a florecer no te pillen desprevenid_.
‘Pocketing’, un poco de ‘benching’, dame más ‘cushioning’, ‘roaching’ te pido, flirfginhih… perdón, es la agonía pulmonar. Casi todos estos anglicismos fabricados en una noche de resaca sugieren la misma idea: el mal querer. Algo huele a podrido en las verdes praderas del magreo y el roce amoroso, y mejor que no las tengas todas contigo y entrenes cuanto antes el detector de mierda, como lo llamaba ese ok boomer llamado Hemingway.
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Ese ser encantador con el que acabas de estudiarte el calendario de vacunación después de una cita perfecta, con quien te las prometías felices (“Tú me completas, contigo pagaría la hipoteca”, paseos por el parque, adoptar una rata venenosa juntos) probablemente esté haciéndote ‘pocketing’, o su presencia espectral, en la distancia de tu teléfono móvil, tenga más pinta de ‘ghosting’ que de otra cosa.
Uno de estos nuevos comportamientos venenosos es el ‘deflexing’, del que hoy te hablamos:
Fantasmas, espectros y otras criaturas del amor 2.0
En este mundo de relaciones que parecen funcionar como el catálogo de Netflix (a golpe de dedo se pasa a la siguiente), quien más quien menos ha tenido que experimentar ese mal endémico del amor líquido: es indeterminado, confuso en ocasiones y con un punto gaseoso. Casi nadie ofrece vínculos, y por nuestra vida pasan personas llenas de inseguridades, si es que no somos nosotr_s los que, en virtud de esta nueva religión sin ataduras, mostramos una perenne falta de compromiso. El pan nuestro de cada día: conectar y escapar.

El ‘ghosting’ ni siquiera es la moneda de cambio de quienes manejan vínculos endebles y un argumentario lleno de trampas envenenadas. Ya no se trata de explicar con empatía y guante de seda esa voluntad de no establecer relaciones duraderas y mantenernos en un banquillo amoroso, con espacio para seguir jugueteando.

“Solo tengo una relación estable con mi cabra”. “Ahora mismo no me apetece nada serio, todavía siento dolor cuando pienso que mi ex ha huido a aguas internacionales”. “Llevamos cincuenta citas en un año y me sacaste de los hierros calcinados de un accidente de coche, pero, eh, solo estamos conociéndonos, no pienses que me quieto atar”. Quien se marca un ‘ghosting’ de manual suele jugar a base de silencios y bombas de humo, una especie de ‘se fue a por tabaco’ de la era digital.
Una vez desaparece la persona con la que creíamos haber congeniado, nos deja con una sensación extraña, entre la culpa y la agitación por no entender sus motivos.
Cuidado con el ‘deflexing’ y el ‘curving’
El deflexing es un hijo (mal)sano de ese “nunca más se supo” que tanto nos ha confundido durante años. Tan sutil y envenenado como esa manía de desaparecer que tienen algunas personas, incapaces de cerrar esa historia que solo había empezado a cuajar.
Pongamos que tienes una cita de Tinder llena de chinchetas verdes en tu corcho: una conversación increíble (“oh, conoce la obra de Kierkegaard y se sabe todas las temporadas de Friends”), check; buen rollo, check; feeling sexual, doble check. Llega la hora de seguir hablado por Whatsapp, mandarse unos nudes de madrugada o pasarse al sexting y las metáforas para recalentar vuestro estofado. La cosa fluye. La imaginación se agita, y tienes muchísimas ganas de ver a tu conquista otra vez, momento que aprovechas para sugerir una segunda cita.

Si el amor pudiera ser considerado una trama palaciega donde hay traición, secretos a media voz y movimientos en las sombras, este es el equivalente en la vida real. Esa persona tan increíble, ese ser humano con el que empezabas a querer tener perritos y gatitos, cambia sutilmente de tema.
No hay una negativa evidente. No se ha cerrado en rotundo a volver a veros. Simplemente ha saltado casilla como quien lanza un emoji, y antes de que te des cuenta, estáis hablando de Kierkegaard otra vez como si la pregunta de hace un momento no siguiera flotando en el aire. Acaban de hacerte un ‘deflexing’ de primer nivel. La conversación se ha girado sin que tú manejaras la caja de cambios, y la culpa entra en ti: “Si repito la proposición va a marcarme como un_ auténtic_ pesad_”.

La otra ramificación ya la intuyes: desaparición, bomba de humo, se fue a por tabaco, si te he visto no me acuerdo. Basta sugerir una segunda cita, basta un recordatorio de lo bien que lo habéis pasado juntos y las ganas que tienes de repetir, para que ese ‘ser formidable’ con el que estabas comiéndote la boca haga lo que hizo Homer en el famoso capítulo de Los Simpsons y, silenciosamente, empiece a dar saltitos hacia atrás con la escalera hasta desaparecer en la frondosidad del seto.