Robofilia, una práctica sexual cada vez más cercana que ya factura millones de euros


La robofilia es la práctica sexual entre robots y humanos. Muchas de estas máquinas, la mayoría con apariencia femenina, ya se comercializan y facturan millones de euros.
Las distopías con robots, tan habituales en la literatura y blockbusters del siglo XX, están mucho más cerca de lo que pensamos. Los avances tecnológicos son cada vez mayores; con ellos llegan no solo las facilidades, sino también los dilemas. De entre todos, quizás el caso más sonado sea el de la robofilia, una práctica que suena con fuerza de unos años a esta parte y plantea muchos dilemas morales.
La robofilia no es otra cosa que la excitación sexual al ver o tratar con robots, aunque muchas veces se emplea este término para hablar de las relaciones sexuales entre humanos y máquinas. El experto en inteligencia artificial David Levy, autor del libro ‘Amor y sexo con robots’ (Paidos Ibérica, 2008), considera que estás prácticas serán comunes en 2050. Otros investigadores retrasan varias décadas la llegada de las maquinas que permitirán a un humano disfrutar del sexo con ellas, pero ninguno duda que ese momento llegará más pronto que tarde.
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Está claro que el nicho de mercado ya existe. Las muñecas sexuales hiperrealistas ya son una realidad, y por algunas de ellas se llegan a pagar decenas de miles de dólares. Por su parte, la compañía YouGov asegura que el 49% de los estadounidenses estaría interesado en tener relaciones con un robot, si fuese técnicamente posible. Una posibilidad que se reduce cuando opinan las mujeres: solo una de cada cinco se imagina teniendo relaciones con un robot.
El amor después del sexo
Los pronósticos en materia de robots sexuales van más allá de la mera satisfacción física: se espera que acompañen a sus dueños con unos sistemas desarrolladísimos, hasta el punto de poder establecer vínculos emocionales con humanos. Algunos podrían enamorarse, tal y como explicaba el físico, biólogo e investigador de la Universitat Pompeu Fabra Ricard Solé, en declaraciones a La Vanguardia: “Si establecemos vínculos muy potentes con una mascota, que no habla, es fácil imaginar que los crearemos aún más fuertes con un robot con el que te podrás comunicar, compartir memorias e información y desarrollar una relación íntima”.
El tema está ahí, cada vez más presente, e incluso la ficción empieza a prepararnos para ello. El director Spike Jonze llevó el dilema hasta los Óscar con ‘Her’ (2013), y la serie ‘The Good Place’ desarrolló durante cuatro temporadas, cielos e infiernos a un lado, la posibilidad de que una robot omnisciente pudiese enamorarse de un chaval de Florida que cree que todo se soluciona lanzando un cóctel molotov. En ambas ficciones, dos hombres desarrollan relaciones íntimas con robots que trabajan con ellos y les acompañan, en ambientes solitarios y estresantes. Las parejas, las casas y los amigos cambian, pero los robots siempre están a su lado.

Los dilemas morales
La robótica sexual es ya un hecho, y parece que podría “desplazar” el negocio de la prostitución, según algunos estudios. En los últimos años, se han introducido en el mercado internacional máquinas con representación femenina. La mayoría de las empresas creadoras están en Barcelona, Japón y California, según contaba en una entrevista con El Mundo la doctora en Estudios Interdisciplinarios de Género y profesora de la Universidad Jaume I de Castellón Lydia Delicado, en la que la experta expresaba su preocupación por la comercialización de un objeto que “estéticamente obedece al imaginario pornográfico patriarcal”.
“La robot sexual va dirigida principalmente a consumidores de la industria del sexo, hombres heterosexuales. Aunque también se fabrican robots que representan cuerpos masculinos, éstos, sin embargo, suelen estar orientados a varones homosexuales. No hay un rango de edad ni de clase o de etnicidad que sea objetivo específico de este mercado”, explica Delicado. “Al igual que sucede en la prostitución, los discursos de comercialización se destinan a todo tipo de hombres”.
Algunas de estas empresas pretenden que, además de un juguete sexual, el robot pueda tener “el papel de acompañante, e incluso, que reemplace a una pareja sentimental”, añade la profesora. Ahora bien, la realidad es que las máquinas que se comercializan no están tan avanzadas, y sirven tan solo para dar placer. Para crearlas, las compañías se centran en los deseos y fantasías de sus consumidores, muchas veces vinculadas a la pornografía. Y, tal como cuenta Delicado, “según los últimos estudios realizados, los vídeos más consumidos en España son aquellos de violaciones grabadas o que versan sobre relatos de violación, específicamente a chicas menores”. En países como Reino Unido o Estados Unidos ya es ilegal la importación y venta de robots sexuales con forma de niños, aunque todavía quedan muchos flecos que peinar al respecto.
Sea como sea, lo que está claro es que la entrada de los robots en las sociedades puede transformarlas por completo. En lo que respecta a lo afectivo, todavía quedan muchas investigaciones y estudios por delante antes de que podamos entender cómo afectará, y en cuanto a las prácticas sexuales, tanto la profesora de la Universidad Jaume I como otros expertos coinciden en la urgencia de una educación sexual de calidad. Sin ella, resulta complicado entender y gestionar los dilemas que rodean a esta realidad, cada vez más cercana.
