De la depresión a la fobia social: los efectos del bullying escolar en la época adulta


Soledad, aislamiento, depresión y fobia social son solo algunos de los efectos que el bullyng puede provocar años después de sufrirlo
Hay que hablar abiertamente del problema. Tolerancia cero.
Si viviéramos en un mundo de color de rosa, no existirían los traumas, y mucho menos tiempos como estos, en los que día sí día también nos encontramos con alguna noticia espeluznante sobre el acoso escolar: whatsapps vejatorios, palizas a escondidas en un baño, burlas que hacen que el patio del instituto parezca una plaza medieval donde se ajusticia a alguien a sangre y fuego hasta despellejarlo.
En 2019, según datos de la policía, se denunciaron 1054 casos de acoso escolar en España. Si la cifra parece solo una cifra, hagamos la operación inversa y pensemos en cuántas situaciones traumáticas de abuso entre niños y adolescentes no dejan rastro ni alertan a padres, profesores y centros escolares. Seguramente serían muchas más. Las víctimas tienen miedo, y suelen intentar pasar desapercibidas en lugar de levantar la mano para acusar a su bullyer.
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¿Pero qué pasa con los adultos que han sufrido acoso escolar? ¿Cómo es su vida? ¿Deja rastro esta violencia?
Spoiler alert: este artículo, escrito desde una supuesta objetividad periodística, lo teclea alguien que sufrió bullyng salvaje en su infancia y adolescencia.
Efectos del bullyng en adultos
No hace falta irse muy lejos para sacar una conclusión basada en la psicología, argumento habitualmente esgrimido entre los diferentes colectivos y asociaciones que trabajan para erradicar esta lacra de los centros escolares.
Sabemos que el acoso escolar es una víbora de veneno silencioso, una suerte de radiación que alcanza a los adultos desde el trauma con consecuencias que pueden variar y hasta ser imperceptibles en su gravedad. Es la latencia del monstruo, que poco a poco va inseminando sus huevos en nuestra personalidad.
William E. Copeland, un investigador del Centro de Estudios sobre el estrés humano, lo cuenta así: ‘El Bullying puede tener consecuencias fisiológicas. Hay evidencia que con el tiempo esta experiencia puede alterar las respuestas biológicas del estrés. El desgaste de estos cambios fisiológicos pueden limitar la capacidad del individuo para responder a nuevos retos, teniendo mayor riesgo de enfermedades’.
Diversos expertos afirman que la intensidad de la violencia sufrida, aunque no es un factor determinante en todos los casos, puede derivar en incapacidad para funcionar de forma neuronormativa cuando crecemos: retraimiento, escasa autoestima y dificultar para establecer relaciones con otros. En los casos más severos, se toca la fobia social, la depresión clínica o hasta un efecto boomerang, si cabe, más siniestro: el acosado acaba ejerciendo a su vez acoso hacia otras personas y legitima el dicho: la violencia solo engendra violencia.
En un artículo de Infosalus, publicado el pasado junio con motivo de unas jornadas sobre acoso escolar, la psicóloga experta en violencia en el entorno escolar Fuensanta Cerezo describe de forma gráfica lo que ocurre con los afectados. Afirma que un 28% reconoce sufrir las secuelas del bullyng. Las palabras de la psicóloga son claras a este respecto: los abusados pueden llegar a sufrir acoso laboral y juguetear con la idea (recurrente) del suicidio.
¿Lo que no te mata te hace más fuerte?
En otro artículo, esta vez en la web Hipertextual, el psicólogo Andrés Quinteros cuenta lo siguiente respecto a la latencia envenenada del bullyng en personas adultas: ‘Los niños superan el acoso escolar a través de los adultos, ya que ellos son los que toman las decisiones, si ven que estos no hacen nada por protegerles, "sufren una doble consecuencia: por un lado, el acoso y, por el otro, que los adultos no hacen o no pueden hacer nada. Es un doble trauma’.
Según el experto, la contención del trauma, atajarlo en el mismo momento que se produce mediante ayuda psicológica y apoyo al menor, es importante; de otro modo, quedará lavado y las consecuencias estarán ahí muchos años más tarde. Lo fundamental es que la ayuda llegue a tiempo para ayudar a la víctima a superar esa violencia; que el niño no sufra los efectos de verse desasistido.
La conclusión del psicólogo es clara y tira el mito por el retrete. No, los traumas no nos hacen más fuertes, para nada. Eso solo es otra romantización tóxica de algo muy simple: la legitimidad de los abusadores para enmascarar su discurso en una retórica que pone el peso y las culpas del lado de las víctimas.
Si los traumas no dejaran secuelas, ninguno de estos efectos (la disfuncionalidad, el dolor, la ira; la timidez, el círculo del autodesprecio, sentirse pequeños frente al mundo) habría dejado su eco en nuestra vida futura. Todos los estudios sacan la misma conclusión: el bullyng sigue haciéndonos daño muchos años después de la primera vez que nos acorralan en el patio del instituto.