Vacaciones en pareja: ¿por qué son tan habituales las discusiones en estos idílicos momentos?


Un tercio de las rupturas se registra después del verano, según el Instituto de Política Familiar.
El estrés, las expectativas altas o la falta de espacio son algunos de los problemas más recurrentes en las vacaciones en pareja, explican los especialistas.
Las vacaciones son esos días que, precisamente por añorados, proyectados y recreados en nuestra cabeza doce veces al día durante tres meses, acaban resultando un tanto decepcionantes. Más aún si es en pareja. Después de meses de trabajo duro, confinamientos y toques de queda, por fin llega esa temporada en la que estaréis libres y tendréis tiempo para estar el uno con el otro. Suena bien, ¿verdad? Pues, según el Instituto de Política Familiar, un tercio de las rupturas se registra después del verano.
Para muchas parejas, el verano se convierte en un punto de inflexión. En una entrevista con la revista Consumer, la terapeuta de pareja Arantxa Coca aseguraba que “el verano no es el culpable”, sino que son las parejas las que están mal, conscientemente o no, y las vacaciones, con sus bebidas con sombrillas de colores, su arena caliente y sus interminables días pegados a la otra persona, son un momento ideal para que los problemas afloren. Si una pareja está bien, las vacaciones irán bien, pero si tiene una crisis escondida entre los problemas del día a día, lo más probable es que la cosa vaya mal. “Eso es una prueba de fuego”, reconoce la terapeuta.
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El caso de Sonia
Es lo que le ocurrió a Sonia (25 años). Se fue de viaje a Mallorca con la que era su pareja desde hacía ocho meses: compraron los vuelos desde Madrid, encontraron un chollo de todo incluido en un hotel y alquilaron un coche para moverse mejor por la isla. Un plan que parecía idílico, digno de doscientas publicaciones en Instagram y que, sin embargo, fue el desencadenante de su ruptura.

“Al principio, todo fue bien. El primer día estuvimos muy tranquilos y me divertí mucho: fuimos a la playa según llegamos, tomamos el sol, cenamos… hablábamos mucho, como al principio. Era como si nuestra vida en Madrid no existiese”, cuenta, y añade: “Pero a partir del segundo o tercer día ya no podía más con él, me sentía su madre, era como si fuese su responsable. Dejaba la ropa por el suelo, no quería despertarse para ir a la playa… son cosas que normalmente no me importarían, pero en él me desquiciaban. Yo le gritaba, discutíamos por tonterías, nos acostábamos para dejar de echarnos cosas en cara y al rato volvíamos a empezar”.
La chica reconoce que su relación iba mal y que, si tiene “que ser sincera”, había pensado en dejarle varias veces antes de su viaje juntos. Esos días, reconoce, fueron tan solo el detonador de una bomba que habría estallado tarde o temprano. Pero no todos los casos son iguales: en ocasiones, la relación no está tan evidentemente resentida antes de llegar a esas vacaciones que acaban con ella.

¿Por qué ocurre?
El problema, cuenta la terapeuta Arantxa Coca, es que muchas parejas se toman las vacaciones como una huida hacia adelante. Como su vida y dinámicas en su casa no les convencen, creen que el problema está fuera, en su entorno, y no en ellos. Esto es una fantasía que acaba pasando factura: la relación no la salva un safari o un hotel con toallas caras, sino las personas involucradas. A eso hay que sumarle las expectativas que muchas personas ponen en sus vacaciones y que, al final, acaban frustrándoles.

A veces, explica la terapeuta, las parejas “sienten que hay una distancia entre ellos y que ya no comparten la intimidad que les mantenía unidos, y quieren conectar de nuevo”. Muchas se sienten obligadas a acostarse más con sus parejas durante el verano, lo que afecta negativamente a las partes.
Además, la combinación amor y vacaciones es una bomba de relojería para muchos, que en lugar de relajarse y dar espacio al otro “piensan que en verano deben estar todo el tiempo juntos, pasarlo bien siempre, practicar mucho y mejor sexo, sentirse enamorados cada minuto”, explica la psicoanalista y terapeuta Helena Trujillo, quien también concluye que “eso es imposible”. Incluso si la relación no tiene conflictos importantes latentes, es importante aprender a tener un pie en el suelo y rebajar las expectativas. Mejor sorprenderse por la experiencia que convertirla en una decepción antes incluso de llegar.
