Yeísmo, el motivo por el que algunas personas pronuncian la 'll' y la 'y' exactamente igual


En latinoamérica existen modulaciones del yeísmo. Este fenómeno se conoce como 'yeísmo' rehilado
Ser yeísta no es ningún error, solo es un rasgo especial de la pronunciación de ciertas personas
Desde pequeños, todos hemos tenido algún roce con la lengua. Ojalá un morreo sin avisar a plena luz del día, pero no, en realidad te hablamos de la lengua española, materia problemática para algunos que desean pronunciar todas las palabras como si vivieran en sainete de Lope de Vega.
Las simas profundas de la pronunciación son muchas y aguardan a la vuelta de la esquina. Si el dequeísmo tiene gracia las tres primeras veces hasta que quieres rociar con gasolina al infractor, el yeísmo guarda todavía adeptos, pero en este caso no hay ningún error. El español es tan rico y tiene tantas mutaciones que muchos procesos lingüísticos conviven a la vez sin ningún problema.
Hoy te hablamos un poco de este fenómeno en nuestra lengua.
¿Qué es el yeísmo?
‘Yo llevo ya llenas las llanuras del llorar’.
Lupa y tecnicismos primero: el yeísmo es un proceso ‘fonológico’ que utilizan algunos hablantes del español; un rasgo del habla que nos hace pronunciar de forma exacta lo que para muchos hispanoparlantes supone una pronunciación diferente.
Con el yeísmo,‘Llevar’ se pronuncia igual que ‘yebar’, ‘zapallo’ y ‘zapayo’, ‘llave’ o ‘lluvia’ se hermana en el viaje de la lengua tres pasos por el paladar (gracias, Nabokov) hasta llegar a ‘yave’ o ‘yuvia’. En el proceso, cada grafía pierde su condición de pronunciación singular en el mismo fonema: ‘[ʝ]’. El antiyeísta sabrá marcar esta distinción sonora tan sutil, mientras que el yeísta hará que su ‘articulación palatal’ se enrede en el mismo punto. Este proceso se conoce como ‘deslaterización’. Fonemas distintos se pronuncian igual.
Rimemos: ‘ya llevabas yaves escondidas en el yunque de tu llanto’.
Un poco de historia del yeísmo
Curiosamente, este fenómeno viene de muy lejos en el tiempo. Como rasgo del habla es bastante antiguo, ya que caracterizaba el habla del sur de España, y ahí vivía, recogido y silencioso, hasta que a principios del veinte se extendió a otras regiones. Existen pruebas de que ya en siglo X, en el periodo mozárabe, empezó a rondar por el paladar del cordobés Ben Joljol, que llamaba a la ‘llengua buba’ ‘yengua buba’. Si nos ponemos a huronear un poco en la hemeroteca ya lo encontramos en un manual de pronunciación española de 1918. Una advertencia hecha por algún lingüista enfadado:
‘En pronunciación andaluza e hispanoamericana, la ll de la escritura se pronuncia como la fricativa y, o como una variante de j francesa, diciendo caye, cabayo, en lugar de calle, caballo, etc.; esta sustitución es también corriente en el habla vulgar de Madrid y de otras poblaciones castellanas […]. La pronunciación correcta, según el uso general de la conversación culta castellana, requiere saber distinguir claramente ambos sonidos’.
En realidad, el yeísmo lleva todavía más tiempo entre nosotros. Ya en el descubrimiento de América caló al otro lado del charco y se mezcló con el hervidero de lenguas indígenas. Mientras en España hay una suerte de yeísmo único para todos, en América coge velocidad y se reparte por los desiertos y las selvas. ¿Así que hay yeísmos diferentes según nos adentremos en países como Argentina o Uruguay, por ejemplo? Afirmativo. Hablamos en este punto de fenómenos como el yeísmo rehilado.
¿Por qué hay yeísmo?
Según los expertos, la lengua (el español en este caso) es una criatura viva que se reinventa, se limpia, se desintoxica de forma constante de procesos que no le son útiles o rentables. Sería lógico que, si hubiera tantas palabras que se pronunciaran de forma diferente, cada una con su grafía, el yeísmo tuviera mucho sentido; pero el hecho es que no son tantas, y la lengua española, por un proceso natural, tiende a veces a unificar este movimiento palatal, estos sonidos similares pero no idénticos de la ‘ll’ y la ‘y’.
Tanto es así que, dada una palabra de pronunciación parecida con fonemas distintos, pollo (animal) y poyo (banco o lugar en que apoyarse), a estas alturas de la Historia tenderemos a diferenciarlas no por el sonido, sino por el contexto en el que esa palabra es pronunciada, e incluso la jerga desde la que brota para colorear nuestro castellano.
‘Había un poyo estupendo para mirar la puesta de sol. Ahí declaré mi amor y me dieron calabazas’.
‘El pollo me odia cuando le corto el pescuezo para cocinarlo’.