Sexo real: cuatro mitos que nos creímos de la pornografía y nunca han sido verdad


El funcionamiento real del sexo, del cariño o del placer es muy diferente al que propone la pornografía
La fantasía violenta es uno de los peores valores que propone esta industria
La historia del porno: de ser objeto de culto en público en la antigüedad a una experiencia íntima en la actualidad
El porno es es una fuente inagotable de trolas visuales, leyendas urbanas y mitos que, como un veneno dulcísimo, de esos que no cuesta nada tragar, afecta de diferentes maneras a nuestras relaciones sexuales. Casi ninguna es positiva, por más que la costumbre de ponerse frente al ordenador, tapar el agujerito de la webcam para no ser descubiertos y desabrocharse los pantalones sea costumbre en millones de vidas y la forma tradicional con que muchxs se han educado sexualmente. De aquellos ‘polvos’, estos lodos (humanos).
La influencia de la pornografía en nuestra era es más siniestra de lo que podría parecer en un simple vistazo a esas fantasías (en su mayoría, hipermasculinizadas, patriarcales y pringosamente machistas) que todos tenemos en la cabeza cuando imaginamos uno de estos videos.
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Estudios como el de la revista Behavioral Science cuentan que el consumo excesivo de imágenes pornográficas en la era de la sobreinformación podría tener una relación directa con cierto tipo de disfunción eréctil; miles de hombres consumidores de pornografía incapaces de excitarse con una relación sexual normal. Otro estudio de Save The Children estima que más de la mitad de los adolescentes españoles se inspiran en el porno cuando tienen relaciones sexuales.
Estas son algunos de los mitos de la industria que nos hemos creído toda la vida sin cuestionar.
Orgasmo ganador
La pornografía mainstream propone un universo con un único final de fiesta posible: el orgasmo; áspero, aparatoso y lleno de salpicones y fluidos. No parece haber otra posibilidad, o una lectura real del sexo como ese encuentro en el que no hay por qué llegar al clímax o abonarse al coitocentrismo para disfrutar como si acabáramos de inventar el acto más antiguo del mundo.

Básicamente, la pornografía propone un tipo de placer único, como un Gran Amo para el que no somos dignxs si no llegamos. Quien crea que esto no tiene relación con la búsqueda del propio placer por encima del placer de nuestrx compañerx en la educación sexual de muchas personas, que se lo piense dos veces.
La duración, el tamaño y las medidas
Cuando pensamos en el tipo de pene que propone la clásica escena porno, sería cuestión de reírse y no llorar. Una película porno mainstream nunca nos mostrará una anatomía ‘real’ en los miembros que entran en escena. Casi siempre son grandes o directamente enormes. En según qué fantasías (‘blacked’, ‘huge dick’), auténticos percutores que no pierden jamás la erección y bombean y bombean y bombean hasta que ella grita aparatosamente en el orgasmo (otro de los mitos más extendidos: el de las mujeres que siempre gritan cuando llegan; ¿qué pasa con los orgasmos silenciosos, los suavecitos, los discretos?).

El tamaño del pene no determina cuánto placer puede dar. En un artículo de El País, la sexóloga Lola González explica que “la vagina sólo tiene sensibilidad en su primer tercio, por lo que es irrelevante que la penetración realizada sea más o menos profunda y el pene más o menos grande. De hecho, en el caso de penes muy grandes, las mujeres sí pueden sentir el “golpeteo” en su pelvis, pero ello no significa que les sea satisfactorio”.
En cualquier momento
Un análisis rápido a la ‘trama’ de cualquier video pornográfico produce cierta vergüenza ajena, o risa piadosa. La primera fantasía es la de la aleatoriedad. Se diría que se puede tener sexo en cualquier parte y con una energía desbordante, sin preparación alguna. Nada más lejos de la realidad. En la pornografía, un lugar inofensivo puede convertirse de pronto en nuestra Sodoma y Gomorra preferida. Un lavadero de coches, la superficie de la Estrella de la muerte, un parque de bolas o la residencia geriátrica de tu abuelo. Oh, sorpresa, el pobre tiene Azheimer, pero todavía le funciona “eso”.

El segundo delirio que nos ha vendido la industria pornográfica es el de la verosimilitud: montarse un trío o participar en una orgía con sorpresitas es más fácil que abrir el grifo de agua caliente. Tu profesora puede enseñarte la lección secreta en una clase particular, la enfermera se presta a quitarte la ropa para explorarte más a fondo, el profesor de tenis te da a probar de su raqueta para que sepas cuál es el verdadero set y partido, y así hasta el infinito.
Es curioso, pero estas fantasías eliminan cualquier posibilidad de un encuentro entre iguales y nunca reflejan el funcionamiento real de la excitación o de los prolegómenos, tan importantes para lubricar o tener una erección satisfactoria. El otro siempre es una máquina a cien grados: caliente, inagotable y agradecida.
Lo cierto es que el calentón que vemos en las películas pornográficas es más falso que el peluquín de Donald Trump. Sus personajes entienden el deseo como un interruptor que se sube o se baja a voluntad, cuando, en la vida real, requiere tiempo, paciencia y comunicación. Prácticas como el sexo anal no admitirán jamás el “aquí te pillo, aquí te mato”; no sin lubricante y tiempo para preparar la zona.
Amos y esclavas
La pornografía es un auténtico cuarto oscuro para el diccionario y un viaje a los fondos abisales de la psique, o peor, del inconsciente colectivo ‘torcido’. Un rastreo rápido por las principales webs que glosan los términos más buscados en portales como Pornhub o Youjizz reproduce siempre los mismos conceptos del porno heterosexual: ‘Cumshot’, ‘Creampie’, ‘Cumface’, ‘Cummouth’.

¿Quiénes se corren, y dónde? Pues, por regla general, los hombres, en la boca o la cara de ellas, refrendando así esa fantasía de poder masculino en la que hay quien ‘ejecuta’ y quien ‘pide’ esa recompensa en la cara, como buena criatura sumisa, muda y deseante. Aunque solo sea una fantasía, estas búsquedas, y las escenas con las que se gratifican, bordean en muchos casos lo ilegal. No hay más que ver el número de búsquedas que se llevan sintagmas como ‘teenfuck’, ‘gorgeous teenager’ o ‘teen gangbang’, por apuntar solo la puntita del pe… del iceberg.
En el porno, estas fantasías de poder y de humillación son de lo más comunes, y aunque puedan parecer inocuas, en realidad proponen un escenario donde hay alguien que se debe subordinar a la búsqueda de placer y satisfacción violenta del otro. En la vida real, cualquiera de estas prácticas tiene que ser consensuada, y los roles nunca están tan claros, por suerte.