"Nunca he querido tanto a nadie como la primera vez": ¿por qué tendemos a romantizar las primeras veces?


Cada vez que nos enamoramos, sufrimos un proceso cognitivo similar y creamos nuevos neurotransmisores.
Podría decirse que tu cerebro te engaña, mitificando el pasado.
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Entre los crímenes más comunes de la intimidad está el de romantizar las primeras veces: el primer beso, el primer amor y las mariposas en el estómago (desde otro punto de vista, tener la tripa llena de Danaus Plexippus aleteando con sus alas llenas de pelusa es una idea de lo más siniestra), el primer pitillo, las mejores vacaciones de nuestra vida.
También, claro, la primera ruptura, a la que nos agarrábamos como garrapatas en nuestra adolescencia, con la puerta de nuestra habitación atrancada y la música sonando a todo trapo para aturdirnos en esa melancolía pastosa, que nos colmaba. ¡Nunca volverán a quererme! Dame, por favor, otra película de gente que se besa bajo la lluvia para metérmela por la vena.
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Pero, ¿por qué romantizamos las primeras veces de nuestra vida? ¿Hay en esa idealización de los primeros hitos biográficos algún mecanismo psicológico que nos obligue a convertirlos en un refugio al que volvemos y volvemos y volvemos, fortificándolo a base de nuevos relatos?
Amor romántico y psicología
En Trendencias, la psicóloga Iria Reguera cuenta que el primer amor suele coincidir con la inexperiencia. “Tendemos a idealizar todo aquello que ocurre entre los 15 y los 23 años, porque es un periodo de nuestra vida repleto de experiencias nuevas. Pero esto no significa que el primer amor nunca se olvide”.

Nuestras primeras veces marcan la pauta, definen, para bien o para mal, cuál será nuestra primera idea en torno a un hecho que hasta entonces no se había dado. Hay letra pequeña. Mucho antes de vivirlo, el relato con el que construimos el amor romántico es cultural, y tiene buena parte de culpa en esa creencia totalmente alejada de las relaciones sanas. Pensar que nuestro primer amor fue el más grande y poderoso y frente a él palidecen todos los demás es un relato más, un sesgo cognitivo muy fácil de derrocar a poco que escarbemos en cómo lo hemos construido. Lo mismo ocurre con los relatos sobre la pérdida virginidad, tan tóxicos como permeables en nuestro relato común de la vida sexual, sobre todo para las mujeres.

Sí, es cierto: tiene que haber una primera vez para todo. No conoces lo que es besar hasta que besas; no sabes lo que es follar hasta que follas por primera vez; no tienes ni la menor idea de lo que duele que te dejen hasta que esa primera persona a la que recuerdas más rubia de lo que en realidad era aprieta la carpeta de instituto y te dice: “Hemos terminado; emoji de carita triste”. Esto fue en 2003, y te convences de que aún recuerdas todos los detalles, pese a que quizás no existiera esa carpeta y tampoco esa persona te dijera aquella frase.
Ciencia y amor
Hay una explicación científica convincente en torno esa sensación: haber vivido un primer gran amor y recordarlo como el hito imprescindible en nuestra línea temporal. John Bradshaw, psicólogo, ofrece una visión biologicista de cómo nos enamoramos: “Cuando sientes la primera oleada de amor tu cerebro está repleto de compuestos químicos que te hacen tener ganas de practicar sexo todo el rato y te ayudan a disimular las imperfecciones de tu pareja”.
La mala noticia es que la mística alucinatoria del romance, la poesía cantada bajo los balcones a la persona amada y esa idealización se llevan mal con la ciencia, según han demostrado un buen puñado de estudios. Sesgos una vez más, relatos de ficción (los que nos contamos), disonancias cognitivas, en realidad gobernadas con mano de hierro por las hormonas: dopamina, serotonina, ejércitos de endorfinas. Frente a la mística de la primera vez, la ciencia vuelca la copa sobre el mantel.

Enamorarse es exactamente igual en cada ocasión. Creamos nuevos neurotransmisores en cuanto establecemos contacto con ‘esa persona especial’ y la vamos conociendo. Lo que diferencia la experiencia es el relato que nos contamos. Tienes un poquito de idealización en el jersey, anda, quítatela.
Además, el ser humano tiende a construir relatos simbólicos de los momentos más importantes de su vida para encontrarle sentido (y, claro, para definirse). Quizá ahí esté la respuesta a nuestra romantización patológica de las primeras veces. “Antes de” y “después de” utilizamos un relato: pensamos cómo será, y a renglón seguido, cuando hemos vivido la experiencia, ya la hemos convertido con la memoria en un momento al que volver eternamente.